La costumbre no puede llevar a la indiferencia y en particular cuando se trata de temas como la salud, la educación o la alimentación.
Un informe de la Asociación Venezolana de Distribuidores de Equipos Médicos, Odontológicos, Laboratorios y Afines (Avedem) a la Asamblea Nacional, en mayo de este año, refirió que «más de 900 amputaciones de miembros inferiores se realizan en los hospitales en Venezuela» por falta de «stents periféricos» (que permiten la apertura de los vasos sanguíneos para restaurar el flujo sanguíneo).
Es decir, los venezolanos, jóvenes o mayores, pierden sus piernas porque falta un insumo médico. Mejor suerte no corren algunas pacientes con cáncer, quienes han visto mutilados sus senos, para reducir al mínimo el riesgo de cáncer, al no contar con quimioterapia o radioterapia.
Ir al odontólogo ahora es de valientes o afortunados: de no contar con anestesia, ya puede usted rememorar el dolor que se hizo tan célebre en los consultorios de la prehistoria de la medicina.
En esta época de crisis prolongada, donde solo se abultan presupuestos para garantizar el bienestar de la familia presidencial y de funcionarios aduladores, se dejaron de colocar 750 marcapasos, «afectando el mismo número de pacientes», señala el documento que entregaron a unos diputados silenciosos, incapaces de producir más allá de un par de leyes, porque la orden fue entregar poderes supremos al Presidente, quien dice gobernar vía Habilitante.
Pero lo cierto es que el informe está allí, como diría el habla popular, «durmiendo el sueño de los justos», mientras la enfermedad acelera la larga agonía del paciente ante la imposibilidad de atenderlo con la medicina sanadora.
A la larga lista de «no hay» se suma la angustia del paciente crónico o de quienes, a falta de acetaminofén, recurren a guarapos y otras hierbas para mantener el aliento ante la imposibilidad de acudir a la medicina moderna.
Cada día son más trágicas las noticias: El presidente de la Federación Médica Venezolana, Douglas León Natera, denunció que los hospitales venezolanos están «virtualmente cerrados». En sus estimaciones, 98% de ellos no tienen cómo operar, mientras las clínicas cuentan pastillas, suturas y gasas para ver hasta cuándo podrán subsistir.
Carlos Rosales, presidente de la Asociación Venezolana de Clínicas y Hospitales, pidió en nombre del sector salud, declarar la emergencia humanitaria ante la imposibilidad de dar respuestas oportunas a especialidades críticas como Cardiología, Oncología o Pediatría.
La defensora del Pueblo, apenas conocer la petición, muy molesta la calificó como «absolutamente desproporcionada» y amenazó con fiscalizaciones y otras acciones ejemplarizantes, como si denunciar fuera delito de lesa humanidad.
Pero a estas respuestas ya está el pueblo acostumbrado. Ahora, ante las inmensas colas que denotan la escasez y la muerte progresiva de la industria nacional a la cual se encargaron de liquidar, el Gobierno amenaza con captahuellas y limitar la compra de productos.
No entiende la matemática de un pueblo con necesidad. La gente busca con desespero productos regulados: la harina económica, la mantequilla de costo proporcional a su devaluado sueldo o el café de precio regulado. Nadie en el país hace colas para comprar un kilo de lomito u otros bienes inalcanzables.
La realidad, en esos brazos humillados con el número marcado «para ordenar la fila», es la angustia diaria por conseguir el alimento y además poder comprarlo.
Pero, en la lógica oficial, las razones son oscuras y perversas. No aprenden la lección popular. Nuestros gobernantes, en definitiva, no tienen remedio.