Crónica del absurdo
Dicen bien, quienes afirman que en las sociedades hechas hilachas o que han perdido todo arraigo e identidad bajo el peso de las emergencias o intentando reescribir sus historias desde cero, borrando la memoria acumulada, sus vacíos o ausencias los copan la barbarie y sus falacias. A diario construyen medias verdades sobre mentiras para solazar a incautos, quienes por falta de coraje se dejan colonizar por el desencanto y el tráfico de las ilusiones. Se trata, no obstante, de fenómenos que llegan al final, tarde o temprano, bajo la ley de la anacyclosis: todo nace, todo madura, todo muere.
Pero en la espera, es el caso de Venezuela, el absurdo y la fragmentación – la muerte de las solidaridades – cubren la cotidianidad y mientras más son extremos, la capacidad de reacción colectiva cede, la impasibilidad se hace ley, y los dislates dejan de ser ocasionales. Es el caso, por ejemplo, de la última declaración de Nicolás Maduro, cabeza y miembro del triunvirato que domina sobre el territorio de la otrora República de Venezuela, que apenas existe por algo más de medio siglo hasta que la revolución socialista del siglo XXI la entierra prosternando el nombre de quien fuera su Libertador, Simón Bolívar. Y dice aquél, entre anuncios que indican la mutación de nuestros viejos ciudadanos en simples números o huellas de rebaño que cabe alimentar hasta que los hornos de la vileza se los engullan, que está prohibida la exportación de productos e insumos que hagan parte de la dieta básica.
Lo cierto es que uno se pregunta qué podemos exportar los “venezolanos” en esta menguada hora, cuando lo poco que consumimos se importa bajo racionamiento, incluida la gasolina que compramos al Brasil luego de habernos enorgullecido, desde mediados del siglo XX, con nuestra privilegiada condición de productor y exportador mundial del oro negro. ¡Y es que no tenemos siquiera gasa y adhesivos para cubrir, cuando menos, las heridas de las decenas de enfermos, heridos o muertos que – aquí sí – produce anualmente la factoría revolucionaria.
Entre tantos absurdos se anuncia luego el cierre de la División contra las Drogas de la policía científica, pues la cuestión quedará en manos de la llamada ONA u Oficina Nacional Antidrogas, bajo la regencia de otro soleado de nuestra Fuerza Armada.Y queda atrás, para el anecdotario o la crónica que probablemente ilustre a las generaciones del porvenir, la cuestión ominosa del denominado Cartel de los Soles o el affaire reciente de uno de sus presuntos socios o relacionados, quien recibe honores de Estado desde su llegada al Aeropuerto Internacional de Maiquetía, en su celebérrima Rampa 4, desde donde despegaran los cargamentos de droga atribuidos al empresario bolivariano, hoy encarcelado, Walid Makled.
A la sazón, mientras asume sus funciones como Secretario General de UNASUR, el expresidente colombiano Ernesto Samper, trayendo a la memoria sus momentos de agonía como gobernante luego de que su contendor y sucesor en la Casa de Nariño, Andrés Pastrana, lo señalase de haber mantenido vínculos o recibido donaciones del narcotráfico, aquí se anuncia, como hecho de mayor trascendencia, la detención de un twittero quien desde Barinas se dio la licencia de criticar al régimen del triunvirato. Y con gran despliegue policial y disposición de una aeronave, se le trasladó hasta Caracas y se le encerró en el Helicoide, a la espera de que la espada de la Justicia socialista le caiga sobre la cabeza.
Y como las colas de trashumantes, suerte de bancos de sardinas, ahora pululan en los establecimientos comerciales y mercados de nuestra arrasada geografía, tratando de hacerse, a manotazos, de lo que ‘haiga’, la mano racional del triunvirato opta por imaginar que acabará con ellas sancionando a los dueños de dichos establecimientos; si no aumentan en número los despachadores o cajeros de sus enjutos y macilentos negocios.
Lo paradójico es que tampoco hay velas – se quejan desde Puerto Cabello – que nos permitan hacernos siquiera de una para rezarle a los santos o a la Virgen de Coromoto o la Pastora en este desierto sin tierra prometida, o para, a la manera de Diógenes de Sínope, filósofo griego perteneciente a la escuela de los sínicos, vagabundear por nuestras calles con nuestra pobreza a cuestas hecha virtud y con una lámpara para iluminar nuestros pasos en búsqueda de hombres honestos. O a fin de topar con uno de los triunviros que hoy nos desmandan – Maduro, Cabello, Ramírez –y quienes pueden preguntarnos qué más pueden hacer por nosotros en el plano de los absurdos, y al efecto decirles que sí: que se aparten de nuestra vista porque nos tapan el sol.
Nos niegan la concordia, el cambio, la serenidad, la paz, visto que lo demás, los insumos para el buen vivir – que no para “vivir viviendo” a los demás – a buen seguro llegarán por añadidura, y terminarán con la escasez.