He sido un hombre de partido desde que con toda la convicción que se puede tener a los dieciséis años, traspuse la casa regional de Copei en la dieciocho entre veinticuatro y veinticinco en un acto, puede que precoz, de libertad y responsabilidad personal sin que nadie me llevara, salvo tal vez el buen ejemplo de mi tío Orlando y la esencial decencia personal y cívica de unos amigos de mi familia materna, distinguiéndose entre ellos los hermanos Carlos y José Luis Zapata, podría mencionar más. Lo sigo siendo, aunque en diciembre de 1998 renuncié a la dirección nacional y no he pretendido ocupar cargo alguno desde entonces, pero me recenso y cotizo, porque creo en la institución partidista como modo perfectible de hacer política.
Los partidos tienen muchos defectos, y a quienes los conocemos por dentro no pueden echarnos cuentos, pero les pasa lo que a la democracia, que con todas sus carencias y desviaciones, sigue siendo un invento insuperado. Como dijera Churchill, “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”. Sé que lo he dicho y lo repetiré muchas veces en la vida. Sin partidos no hay democracia, lo mismo que sin empresas no hay economía de mercado.
Desde 2009, cuando formaron la Mesa de la Unidad Democrática, los partidos tomaron una decisión crucial. Asumir a plenitud su responsabilidad natural, que es la de producir política para la sociedad. Por su crisis del final del siglo pasado e inicio de éste, por incomprensión de los cambios, e incluso hasta por comodidad, una comodidad inducida por interesados que luego se las reprueban, como descargan en ellos la abstención de 2005. Mire que hay gente experta en eso de tirar la piedra y esconder la mano.
Esa decisión, produjo la Unidad, la hasta ahora más exitosa experiencia de los sectores alternativos venezolanos frente al proyecto hegemónico de la fantasía histórica, la superstición ideológica y el personalismo ahora huérfano. La Unidad tiene su instrumento en la MUD. Que no es perfecta ni pretende serlo, que puede y debe progresar hacia formas más abiertas y más coherentes de dirección política, una ecuación nada sencilla de despejar. Debe y puede progresar, claro, lo que no puede ni debe es regresar, retroceder a cualquiera de esas modalidades políticas de la caimanera que acaba siendo, la historia no miente, ecosistema para que avispados, individualmente o en camarilla, tiren una parada a ver si levantan una mano buena y se llevan el pote. Apuesta, juego, aventura, azar. Léase, irresponsabilidad.
Los partidos reunidos en la MUD, y sus líderes y dirigentes tienen una enorme responsabilidad en la hora que corre. Cuento con que sabrán cumplirla. Tienen con qué.
La responsabilidad de los partidos
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