Si va a ir con el ojo crítico del historiador o del docente a la película Libertador de Alberto Arvelo, mejor quédese en su casa, lea una biografía de Simón Bolívar y espere que hagan una serie de TV en orden cronológico y respetuosa de la historia. Si va a buscar el parecido físico de los actores que representan nuestros héroes, quédese en su casa. Si desea ver un film político en pro o en contra del ilegítimo difunto, póngase lentes y audífonos especiales, suelte su imaginación o quédese en su casa. Si va a oír la música de Gustavo Dudamel dirigida por él mismo, quédese en su casa, en el filme ésta no se “oye”, es un todo con la imagen. Si quiere ver una obra de arte… ¡corra, métase en el cine!
Producción impecable, su costo no pudo haber sido asumido sólo por el Estado venezolano, es una co-producción con capital foráneo. Hay mucha madurez y destreza técnica en el juego escénico, de cámaras, de la acción. El paisaje se aprovecha al máximo incorporado diestramente al drama, sin dejar de lado una sugestiva visión poética de los valles de Aragua y Carabobo, la Sierra Nevada de España… Los escenarios urbanos, Bogotá, Madrid, París, lóbregos o lujosos, barriadas o palacios y, el vestuario, en perfecta armonía de época. Un rescate: María Teresa Rodríguez del Toro, tan olvidada entre nosotros y los historiadores seducidos por la briosa figura de Manuela Sáenz, aquí protagoniza por encima de la amante. Un lunar: concesión innecesaria al desnudo, sello indispensable de la cinematografía de hoy. Pero también debo conceder: son escenas breves de gran belleza plástica.
Hay simbología en esta concepción de Arvelo, consciente o no, muchas veces el artista crea bajo una inspiración misteriosa. Resaltan dos: la espalda y el agua. Lo primero que vemos es la del héroe, la recia de Edgar Ramírez, no la enclenque de Bolívar y sin embargo, es su envergadura moral la que domina, sobre ella cargó la independencia de América. El agua: el Libertador se sumerge en ella al huir del atentado de Bogotá al comienzo de la cinta, la escena se repite al final. Entrar y salir del agua es un leitmotiv, como si el protagonista emergiera cada vez cual hombre nuevo del seno materno de la historia. Sutil y efectiva la transformación interior del personaje, del inconsolable joven viudo que ahoga sus penas en una frivolidad vacía, hasta el hombre tozudo que independiza un continente. Ganador de 100 batallas, dice el filme, pero la cifra no es aritmética, es el adjetivo ponderativo, igualmente decimos mil gracias, ¿quién se pone a contarlas? Lo importante es que ninguna fue para conquistar, todas para liberar. Así lo destaca la BBC de Londres cuando lo declara el Hombre del Siglo XIX. No se puede decir lo mismo de Aníbal, Alejandro o Napoleón.
A Ramírez, Arvelo y todo el equipo, ¡chapeau…!