Recientemente tuve noticias de la existencia de un café filosófico en nuestra ciudad. La noticia me sorprendió gratamente y me dejó con las ganas de saber qué cosa era este café filosófico. Unos días después participé en uno de ellos y la experiencia fue gratificante.
En esencia, un café filosófico no es nada nuevo: se trata simplemente de un grupo de personas con inquietudes intelectuales que se reúnen para conversar acerca de algún tema acordado previamente. El concepto es tan viejo como la filosofía misma y los griegos le dieron fuerza de ritual, abundando el vino y el buen comer. Con altos y bajas, la práctica de reunirse para conversar de cosas serias llegó hasta nuestro tiempo por ejemplo. En muchas partes hay círculos con muchos y variados temas. En filosofía es bien conocido el Círculo de Viena, que en los años de entreguerras se reunían precisamente en un café vienes. De sus discusiones surgieron importantes aportes a una nueva epistemología y entre sus miembros estaban Karl Popper y Rudolf Carnap. De más está decir que la mayoría de ellos eran judíos y Hitler acabó con esas reuniones tan pronto invadió Austria.
Obviamente, nuestro café filosófico es mucho más modesto en sus propósitos. Un mix de jóvenes y otros no tan jóvenes pudimos hacer un ejercicio invalorable: opinar libremente sobre temas que consideramos importantes, por sí mismos y porque nos permite sobreponernos a la ordinariez de la cultura de masas que todo lo reduce a clichés, o simplemente borra la posibilidad de un discurso distinto y, creemos nosotros, superior. Nadie pretende fundar una nueva corriente o escuela de pensamiento. En cierto modo lo que se ejerce es el reclamo por un entorno inteligente en el que plantear las dudas. Y es obvio que las participaciones estaban llenas de ingenuidad –ninguno es filosofo profesional- pero en todos los planteamientos se evidenciaba el deseo de explorar y aprender. Y ese el camino de la filosofía y del pensamiento racional.
La duda es el motor del conocimiento. Cualquier pregunta, por ingenua que parezca, puede llevar a reinos riquísimos si mantenemos intensamente el deseo de buscar. Recordemos que no hay preguntas tontas, solo hay tontos que no preguntan o que se conforman con la primera respuesta.
En cualquier circunstancia filosofar es un ejercicio de libertad y búsqueda de respuestas. Y eso es justamente lo que se siente una vez terminada la reunión.