Cada día escucho con más frecuencia la estúpida necedad según la cual no hay nada que hacer contra el régimen actual “mientras los cerros no bajen y los pobres lo sigan apoyando”. Confieso mi indignación y los esfuerzos que hago para contenerme y no responder con la vehemencia que provoca.
Esas afirmaciones reflejan desconocimiento profundo de la Venezuela profunda que significan los sectores menos favorecidos por la fortuna económica. Se les presenta como mendigos vendidos al gobierno por un dinerito o por cualquier favor demagógico, siempre circunstancial y transitorio. Sin temor a equivocarme, ratifico mi convicción de que los pobres de Venezuela constituyen el segmento más honrado y trabajador de la población. Son quienes están sometidos a los mayores sufrimientos, incluido el tema de la inseguridad de las personas y de sus pocos bienes. Mientras más pasa el tiempo y se multiplica el comercio informal, crece mi admiración, por ejemplo, hacia los minoristas, hacia esos buhoneros que como bien ha sido dicho, son los desempleados que se niegan a ser delincuentes, tan cuestionados y criticados por quienes jamás han tenido necesidades básicas existenciales. Ojalá no las tengan nunca. Obligados aprenderían a enfrentar las carencias de la vida sobre la base del ingenio, del trabajo y de la honradez, en ocasiones tan ausentes de sectores tenidos como de “clase” media e incluso alta. Invito a que hagamos un esfuerzo para entender la profundidad del problema venezolano.
Conste que no estoy santificando al buhonerismo, entre otras cosas, porque una sana política de estado sería para sacar al pobre de su pobreza y garantizarle seguridades mínimas para sus familias en materia de educación, vivienda y trabajos estables bien remunerados. Esto es imposible sin el protagonismo, no del estado siempre negativo, sino de una sana empresa privada en un marco de economía libre, de mercado, regida por el sentido común. Pobres de espíritu son quienes aún no entienden estas cosas fundamentales.