Somos un país piedra de escándalo permanente. Tenemos atrapadas las primeras páginas de los diarios del mundo. Cuando no es por un maletín de dólares en el aeropuerto de Buenos Aires, es por el asesinato de una diplomática en la residencia oficial en Nairobi o por las tribulaciones de un general buscado por narcotraficante en Aruba, disfrazado de diplomático por su propio gobierno.
No es la primera vez que tenemos conflictos internacionales con Holanda. Hemos tenido incidentes desde 1855. Incluso en 1871 hubo uno parecido al reciente, pues el encargado de negocios neerlandés en Caracas, fue detenido en La Guaira. En 1874 en Coro y Maracaibo fueron detenidos holandeses provenientes de Curazao, por motivos de orden público. En el 2010 los dos países intercambiaron notas de protesta por causa de la droga.
Es incomprensible que el país sede de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en menos de cuarenta y ocho horas haya producido dos pareceres diametralmente opuestos en torno a un cónsul venezolano, al que llevaba meses sin otorgarle el exequatur y al cual después de detenerlo y ponerlo en libertad lo declara persona non grata, cosa que el mandatario Maduro en su delirio de dar una y otra vez las gracias al Reino de Holanda, no le dijo a sus partidarios. Menos mal que no padecemos de inopia. Es gente que vive de las medias verdades en política, por no decir mentiras. Lo que significa que el general Carvajal fue expulsado de Aruba y no podrá entrar ni a estas islas vecinas neerlandesas, ni a los Países Bajos.
Holanda ha exhibido lamentablemente una diplomacia caprichosa. En un día se nos vinieron abajo la llamada “Venecia del Norte”, los sabrosos quesos, los molinos de viento, la admiración por la Reina Guillermina, los zuecos y las bicicletas de Ámsterdam, los lienzos de Van Gogh y en general aquello de que Dios ha hecho todo el mundo, menos Holanda, porque allí todo lo ha hecho el trabajo de los holandeses.
Pero el escándalo también ha servido para saber en manos de quien estamos en materia diplomática. Designar a un alto militar con orden captura internacional como cónsul y exjefe de la inteligencia de un país, una persona inconveniente, es algo más que una torpeza. Responder a lo llamaron una emboscada con un chantaje, con males mayores, que contemplaban suspensión de vuelos, “ejercicios navales”, llamadas telefónicas comprometedoras a jefes de Estado, retorsiones y otro tipo de represalias, son cosas que un país civilizado nunca hace, sin antes agotar las instancias internacionales y los medios pacíficos para resolver las controversias. Incluso desconocer que un Estado no está obligado a dar a conocer los motivos por los cuales no concede un beneplácito es hasta desconocer lo que es la Comitas Gentium.
El escándalo Carvajal pasa a la Doctrina Internacional sobre lo que no se debe hacer y recuerda lo dicho por Talleyrand “Qué cosas hay que saber todavía para ser un buen Cónsul”.
Un escándalo llamado Carvajal
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