La Franja de Gaza solo tiene una sala de operaciones de cirugía plástica y está desbordada por los quemados de gravedad y heridos alcanzados por estallidos de obuses desde el inicio de los enfrentamientos entre Israel y Hamas.
Yamin, tumbado en su cama de hospital, está desfigurado de por vida. Este niño de tres años tiene también la piel de la espalda quemada y múltiples fracturas, consecuencia de un bombardeo que aniquiló a su familia la semana pasada en Al Buraj, en el centro del enclave palestino.
Era la última hora de la tarde, al inicio del Eid al Fitr, la fiesta que marca el fin del ramadán, el mes de ayuno musulmán. Su casa quedó destrozada de golpe. En total, murieron 19 personas. Yamin es el único sobreviviente. Se salvó de milagro, pero quedó huérfano y quemado de gravedad.
Fue atendido primero en una clínica y rápidamente trasladado al departamento de los grandes quemados del hospital Chifa, en Gaza, donde un puñado de cirujanos se enfrentan a los horrores de la guerra.
Los conductores de ambulancias traen aquí a diario vidas truncadas, seres humanos calcinados o ensangrentados, que morirán unas horas después en la camilla. Los que sobreviven pasarán por la mesa de operaciones, en ocasiones por la de la unidad de los quemados de gravedad. Es la única, con sus pocos medios, de toda la Franja de Gaza para las cirugías plásticas.
“No para de preguntar por qué está apagada la luz”
Según los servicios de sanidad locales, más de 1.750 palestinos -en su mayoría civiles, según la ONU-, han muerto desde el reinicio de los enfrentamientos a principios de julio entre los islamistas de Hamas y el ejército israelí. A esto se suman más de 9 mil heridos.
“Hay muy pocos heridos leves. Mi sensación es que en torno al 70 % de los heridos quedarán inválidos. Su vida no volverá a ser la misma”, observa Ghasan Abu Sita, cirujano plástico de la Universidad estadounidense de Beirut, desplegado desde hace una semana como refuerzo en Gaza por la ONG Medical Aid for Palestinians (MAP).
“He tenido el caso de un niño de ocho años que perdió a toda su familia y la mitad de su rostro, incluido un ojo. El otro ojo quedó reventado por un estallido de obús. Tuve que reconstruir su rostro. Ya no tiene futuro y no para de preguntar por qué está apagada la luz”.
“La magnitud de la carnicería excede con creces la capacidad del sistema sanitario”, dice este cirujano, que también estuvo en Gaza durante la operación israelí “Plomo fundido” de finales de 2008-principios de 2009.
Esta vez, los combates han dejado más muertos y heridos. Y el estado de los heridos es más grave. “Es imposible ocuparse de todo el mundo”, dice, antes de operar un injerto de piel sobre un joven con la pantorrilla con un hueco de una decena de centímetros de diámetro que deja su tibia al descubierto.
“Observamos ahora un desastre sanitario y humanitario”, advirtió el fin de semana James Rawley, coordinador de las operaciones humanitarias de la ONU en la Franja de Gaza.
Un tercio de los hospitales han sufrido los combates y la mitad del personal médico no consigue llegar a las clínicas y centros de sanidad todavía en pie debido a la violencia.
En la unidad de los quemados de gravedad, el personal médico extiende sobre el cuerpo del pequeño Yamin, desnudo y asustado, un antibacteriano que ayuda a cicatrizar la piel. Pero su prima y su marido, que se han convertido en sus tutores, dudan. Igual tendrán que evacuar al pequeño de Gaza.