El naufragado crucero Costa Concordia completó el domingo su último viaje. Remolcado por otras embarcaciones y sacudido por fuertes vientos, el navío llegó al puerto de Génova, donde será desmantelado y convertido en chatarra.
El lujoso crucero chocó con un arrecife el 13 de enero de 2012 cuanto su capitán navegaba demasiado cerca de la isla de Giglio, en la Toscana. En el naufragio murieron 32 personas.
Una operación espectacular enderezó el barco en septiembre de 2013. El miércoles, las remolcadoras comenzaron el viaje de cinco días hacia Génova, donde tiene su sede la propietaria del barco, Costa Corciere Spa.
«Nuestro gran aliado ha sido el barco», dijo Franco Gabrielli, el funcionario del gobierno que supervisa la operación. «El barco ha mostrado una robustez impresionante».
El capitán Gianluca D’Agostino, comandante de la guardia costera italiana en Giglio, le dijo a Sky TG24 TV que la travesía de 180 millas náuticas de Giglio a Génova fue tan tranquila que una noche la tripulación en una sala de control conectada con el Concordia encendió las luces en el lado no averiado como si estuviese haciendo un último crucero por el Mediterráneo.
Los ambientalistas se habían preocupado de que el Concordia pudiese contaminar el santuario marino a lo largo de la ruta, que pasa cerca de la diminuta isla de Montecristo, especialmente protegida. El combustible fue extraído a inicios de la operación de rescate del barco, pero también había dentro substancias químicas, comida y desechos humanos y se temía que se derramasen.
D’Agostino dijo que monitoreo por aviones y muestras de agua marina no detectaron contaminación. Cuando el Concordia estaba siendo remolcado cerca de la isla francesa de Córsega, recordó D’Agostino, él le regaló una botella de vino a las autoridades francesas que realizaban el monitoreo en el mar y los franceses, que estaban complacidos de que no hubiese contaminación, le dieron a sus tripulantes una botella de champán.
El buque será revisado en busca de los restos de un camarero indio, el único cadáver que no fue hallado pese a numerosas misiones por buzos que recorrieron la embarcación cuando yacía a un costado en el puerto de Giglio, una isla turística y pesquera en aguas límpidas en las que viven delfines. Un buzo pereció en las tareas de búsqueda.
El capitán del barco, Francesco Schettino, está acusado de homicidio, causar el naufragio y abandonar el barco cuando muchos pasajeros y tripulantes seguían a bordo.