Mi hermana Tarcila

Agobiado por la pena y  turbado de pesadumbre, me es profundamente doloroso, comunicar la muerte de mi hermana Tarcila Cañizales de Araujo. Luctuoso suceso ocurrido el viernes, 11 de julio, en la ciudad de Caracas, sede de su último domicilio. Con el cogollo del alma deploro tan infausto acontecimiento. En su viaje definitivo, ya mora en las sombras profundas del áspero refugio de la tierra y, la insaciable parca, esa tiniebla que no perdona, la arrancó de nuestro costado, para que emprendiera este peregrinaje de eternidad. Sin duda, el alba la encontró sin las angustias de la noche.
De la familia Cañizales Verde, muy disminuida por los aleves zarpazos de  la desolación, junto conmigo, éramos los ambos retoños, de la ufana cadena familia formada por Don Rafael Antonio Cañizales De Santiago y Soledad de María Verde Bracho de Cañizales, con pacto solemne y de eterno amor, quienes afectuosamente crearon esta sociedad perpetua y nos trajeron al mundo con los infinitos bienes de la creación, mediante Dios, así procrearon esta parvada, de la cual soy rama solitaria y por designios de la vida, me toca padecer los percances  conmovedores de una pesadumbre infortunada.
Alma pura y bondadosa, vino al mundo dotada de los bienes y cualidades excepcionales. Ganó a manos llenas el aprecio y estimación de quienes la conocieron con hidalga deferencia. Conforme a una ingénita tradición familiar, cumplía a cabalidad los deberes y obligaciones de sus costumbres contraídas. De entrañable cariño por la tierra de nuestro nacimiento: el pueblo de Cuicas. Con solito placer siguió las normas de honrar padre y madre, con ternura y benedictino afecto. Respetó y enalteció todo símbolo y emblema, prez y blasón de gentilicio.
Hermana incomparable y por esos mismos, efluvios del cariño que surgía de su ser, esposa abnegada y amantísima y madre incomparable de 3 hijos, júbilo y deleite de su regazo materno y de su vida plena de virtudes paradigmáticas. Desposada muy joven, de apenas 17 años, con el señor Azael Araujo Balestrini, que juntos formaron un hogar honorable y honesto, amparado por el amor y las virtudes entrañables. Fortalecido con la bondad y el cariño a los suyos y con el entorno familiar.
En este duro trance, recibí de mi hija Gisela la dolorosa noticia de esta tragedia familiar. De inmediato, en su unión, con la reconfortante compañía de mi esposa Fanny, mi hija Elsi y mi nieta Iris Ochoa, emprendimos viaje a Caracas, a participar en las honras fúnebres y demás funciones de tan pesaroso deceso. Dios le concedió luenga vida, que el venidero 26 de noviembre, coronaría un lapso de 95 años, de plena y venturosa existencia, con disfrute de su amabilidad y bonhomía.
Era de modales suaves y dulces, lo que de ninguna manera, la inhabilitaba de actuar con su concentrado carácter. Viene al recuerdo un suceso que revela su indeclinable ánimo. Rezábamos un rosario por el alma de nuestro infortunado hermano Luis Gonzaga Cañizales Verde, alevosamente asesinado y nos encontrábamos en la casa de su inconsolable viuda la Profesora Rosa Vargas de Cañizales, cuando inesperadamente fuertes y violentos golpes a la puerta de la residencia, importunaron este acto ritual. Salí a la puerta y me encuentro con el Jefe Civil de Catedral, quien aseguraba que corría mucho peligro la dueña de la casa y quería evitarlo con su autoridad. Le dije del infundio de que era objeto y le aseguré que allí reinaba la tristeza y el dolor. En tanto que hacía esta sensata explicación, mi hermana Tarcila, con altivo carácter, le dijo al funcionario: Caballero, tenga la bondad de seguirme y se lo llevó del brazo, mostrándole la puerta de salida, que cerró herméticamente.
El cristianismo es grande porque es una preparación para la muerte. Así lo sentía mi hermana Tarcila, con nobleza y fe acató el trance final. Dios le guarde la gloria eterna y la llene de gracia como el ¡Ave María! Sic Tibi Terra levi.