Juana Judith una mujer palavecinense de este y otro tiempo

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Son 98 años. Se dice fácil pero cuánta agua ha pasado por debajo de ese puente. Pese a su edad, Juana Judith Parra, aún se levanta antes del cantar de los gallos “a las tres de la madrugada” se toma un vaso de agua de avena y emprende su dilatada faena.

Es dueña de una lucidez envidiable, de la cual hace alarde sin tregua y sin intención, rememorando escenarios añejos del Palavecino de antaño.

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Nos topamos con Juana Judith en la Plaza Bolívar de Los Rastrojos, en un reciente Día de la Mujer. Caminaba ella con cortas zancadas pero seguras. Iba desde su casa en esa localidad, a pie, hasta Cabudare, como suele hacerlo.
Ese día estaba de cumpleaños. Se celebraba el Día Internacional de la Mujer y la municipalidad le entregaría un reconocimiento a su destacada labor. La festividad era doble.

Con su vestido, sus hermosas clinejas que atan su gris cabellera, testigo del tiempo que no se borra, sus sandalias de cuero tejidas por sus afables manos, caminaba con alegría recordando sus años mozos acontecidos en El Placer, un apacible caserío del ayer y hoy municipio Palavecino.

Allí vino al mundo el 8 de marzo de 1916, “pero fui presentada en 1931”, en plena dictadura gomecista.

Arepas a bolívar y empanadas a medio

Juana Judith levantó a sus hijos a fuerza de trabajo. Desde su mocedad aprendió muy bien las labores de la casa, lo cual le permitió, en una época rural del país, poder salir adelante.

A su edad, aún trabaja: “Vendo arepas, empanadas, números, elaboro sábanas, es decir, hago de todo menos robar”, relata con jocosidad.

Con orgullo narra que elabora 70 arepas diarias, “de lunes a lunes”, las que vende previo encargo.
En otra época, vendía diez arepas por un bolívar y cuatro empanadas por un medio en La Piedad. Llegaba temprano con una cesta en la cabeza y sus dos retoños a cada lado.

Asimismo, elabora almuerzos para obreros de la zona, y, eso sí, no faltan los números de la lotería, recurriendo al auxilio de artimañas en una lista de combinaciones para ver si atina uno y adquiere algunos bolívares adicionales.
Los miércoles son de mercado. Luego del trajín, Juana Judith agarra una marusa y se va caminando para el mercado La Cruz, el cual recorre en la búsqueda de precios justos y atractivos ingredientes para sus arepas.

En las redes de Cupido

Ismerio y Raúl son la consecuencia del flechado de Cupido. “Me junté a los catorce años, muy jovencita, con Juan Abarca, natural de San Felipe, pero lo conocí en Los Rastrojos”.

María Gilberta Parra se llamaba su madre, de quien aprendió el arte de la cocina. Fue también su partera y su confidente.

De Tomás Eusebio Parra, su padre, le quedó el grato recuerdo de los días en la casa del tamarindo, aledaña a la vivienda de Vicci Sosa.

“El Placer era un campo con una callecita de tierra por donde caminaba el ganado y una que otra carreta tirada de bueyes. Ahora es un gran caserío que ha crecido mucho y en donde se han quedado los hijos y nietos de mis vecinos”, añade melancólica pero con su increíble sonrisa que la acompaña a donde quiera que va.

Se desprende de su conversa la añoranza por su lar nativo, adonde concurren sus recuerdos de infancia y juventud, motivo por el cual, dos veces por semana, emprende camino hacia El Placer y antes de caer el ocaso, ya está de vuelta en Los Rastrojos, para hacer la cena y sentarse a coser las sábanas que sirven de sustento para el hogar.
Repara que no acude al descanso sin antes ver los noticiarios para estar al tanto del acontecer diario, y asistida de la luz del televisor, cose, zurce y remienda prendas de vestir, pero nunca la acompañan los lentes, porque no usa.

Las primeras letras

Estudió en El Placer y reseña que la escuela funcionaba en la pulpería del caserío, compartiendo las letras con Carlitos Gómez, María Justina Giménez, Victorina, José Eriberto Parra, Bartolo Aréjula, Josefina, Rafaela, Pedro, Pastor y Moisés Sosa, Cándida Pérez, Saturnino, Rufino Juárez y Jorge Gutiérrez, todos de la mano de la maestra Sergia Vázquez, esposa de Pompilio Rivero.

La maestra Sergia, vecina de Los Rastrojos, acudía al apartado pueblito a cumplir con su abnegada labor, y adiciona Juana Judith: “Ella nos enseñó a leer con EL IMPULSO”.

En el año 39 Juana Judith abandona El Placer y se radica en Los Rastrojos, en su casa materna, a un lado de Ramona Tona, más tarde, en el 83, adquiere un predio “fiao” a don Eustaquio Yépez, por 600 bolívares, que canceló vendiendo números a locha, más tarde a medio para 20 bolívares, a real y medio para 50 y a bolívar para 80. Así construyó su hogar y una vida admirable.

Juana Judith, es una mujer palavecinense de este y otro tiempo.

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