Argentina se dará el gran gusto de jugar el venidero domingo la final del Mundial Brasil-2014 en el mítico estadio Maracaná, donde su estrella Lionel Messi espera consumar la hazaña ante Alemania en pleno corazón de ‘territorio enemigo’.
La albiceleste llegará al Maracaná de Rio de Janeiro mientras Brasil, su más acérrimo rival deportivo, está sumido en una gran depresión tras la catastrófica caída en semifinales ante Alemania por una histórica goleada 7-1.
El equipo de Alejandro Sabella clasificó a la gran final al vencer a Holanda en la tanda de penales por 4-2 tras la prórroga que terminó igualada 0-0.
Argentina y Alemania jugarán su tercer partido final, el más repetido en la historia de los Mundiales, tras haber vencido los sudamericanos en México-86, con Diego Maradona en su apogeo, mientras que los europeos se tomaron revancha en Italia-90. El conjunto sudamericano, bicampeón mundial, disputará su quinta final, y Alemania la octava, convirtiéndose en la selección que más veces llegó a esa instancia.
‘Chiquito’, el grande
No fue el talentoso Messi, apagado e impreciso, quien guió a Argentina a la final, sino el portero Sergio ‘Chiquito’ Romero, suplente en el AS Mónaco de la liga francesa y criticado en Argentina, el héroe del partido en el Arena Corinthians de Sao Paulo al detener dos penales en la tanda definitoria.
Eufórico, como pocas veces, Messi no pudo compartir los festejos con sus compañeros en el vestuarios porque le tocó el control antidopaje, pero en su cuenta de Instagram expresó: “Me siento orgulloso de ser parte de este plantel!! Qué fenómeno son todos!!”.
“Qué partido hicieron. Qué locura. Estamos en la final!! Disfrutemos. Abrazo grande a toda la Argentina. Nos queda un pasito más”, agregó junto a una foto suya en la que se le ve sonriente sentado en una silla esperando para pasar el control. Miles de argentinos confluyeron alrededor del Obelisco, en el centro de Buenos Aires, prolongando los festejos hasta avanzada la noche del miércoles, para celebrar el pase a la final del Mundial, después de 24 años.
Los que pretendían atravesar la extensa Buenos Aires, provenientes de barrios más alejados para celebrar en el centro porteño se veían imposibilitados por los nudos de tránsito de automovilistas que salieron a las calles a festejar.
Luego del partido en Sao Paulo, el entrenador Alejandro Sabella sostuvo que “tenemos una final con un día menos de descanso que Alemania, pero con trabajo, seriedad y humildad trataremos de llegar a lo máximo”.
Y esa puede ser la clave de la gran final: no solo que Argentina tiene un día menos de descanso sino que además jugó la prórroga de 30 minutos y luego la tanda de penales, mientras que Alemania llega fresca como una lechuga tras apabullar en la semifinal a Brasil por 7-1 en Belo Horizonte en el tiempo regular.
“Estoy feliz y quiero expresar mi agradecimiento al cuerpo técnico y a mis compañeros, que me ayudaron mucho después de pasar el primer año de mi carrera como suplente en mi club, el Mónaco, el primer año que se dio algo así”, señaló Romero. Según Maradona, la Albiceleste recuperó el “prestigio” con “el planteo de Sabella” en el choque con Holanda. Y sobre la final, afirmó, en su programa “De Zurda” en la cadena regional Telesur, que “Alemania no es imposible”.
Para colmo, Argentina
El país del fútbol, pentacampeón mundial, sigue sumido en el dolor y la decepción, tal vez orillando otro trauma por el orgullo nacional mancillado por segunda vez en su propia casa, tras el Maracanazo de 1950.
Y no es buen día para salir de la pesadilla si el archirrival pisará el domingo el Maracaná en la final del Mundial, donde ansiaba estar Brasil para colocarse la sexta corona y por primera vez en casa. Muchos brasileños en todo el país hincharon por Holanda en la otra semifinal contra Argentina este miércoles, que los “hermanos” -como llaman los brasileños a sus vecinos- ganaron 4-2 en penales.
“Ver a Argentina en la final en nuestra casa duele, especialmente después de la peor derrota en la historia de la Seleçao”, dijo Marcio Carneiro da Silva, de 36 años, un cartero que ahogaba sus penas en cerveza en la terraza de un restaurante de Rio.
La catástrofe deportiva, en un país donde el fútbol es religión, despedazó el sueño de 200 millones de brasileños que se prepararon para celebrar a lo grande.