¡Amor! No sé si lo habrás notado al observarme con tus bellos ojos de alma, es tan enigmático ese estado conjugado de distancia y tiempo entre tú y yo, después de tu partida ha quedado borrada toda huella de consecuente relación. Dos lágrimas se conjugan en mis ojos, esencia transparente de mis sentimientos, me acompañan en la perennidad vital del recuerdo. Son como dos cristales invisibles empañados en su transparencia. En nuestros días, la tristeza no encontró el ambiente propicio para anidársenos. Sentíamos tanta alegría de vivir que hasta acunamos en nuestros pensamientos que ella era una ilustre componente del entusiasmos con el cual vimos la vida. Todo esta apreciación turbadamente la truncó la inexorable separación. Había sido tan absorbente nuestro pasional transcurrir, que la realidad para nosotros siempre estuvo dulcemente arropada el velo del ensueño.
Jamás en mi deseo eterno de amarte, hube de concebir que en esa eterna juventud de tu vida con la cual me acompañaste, y que acompañó tu ser hasta tu último momento, se marchara para siempre contigo. Y que ahora como signo psíquico de tu recuerdo es una elaboración del dolor. No mezclo a Dios en mi pena porque mi convicción discierne que siendo Él todo amor el duelo-dolor no se conjuga con su sublime magnanimidad.
Todo sucede porque la vida con su finalidad destructiva renovadora es dolorosamente también muerte. Integrada a ella en su convivencia, la muerte no es más que una consecuencia suya. Vida y destrucción, la muerte va contenida en ella.
No imagino que mi bendito Dios, ese que tiene en mí su cuna de fe, es ajeno a la ritualidad convencional que las costumbres enseñan para celebrarlo, y que tenga que intervenir en las cosas ya programadas del suceder. Sus milagros son transcendentes por la propia condición de ser milagros.
Es mi mensaje para ti, siempre tan comprensiva, en estos cuatro años de nuestra obligada ausencia. Te hablo como si en nuestras vidas nada entre nosotros hubiese sucedido. La franqueza y la ingenuidad son condiciones puras de los seres que asumen el criterio de no apegarse al lecho de procusto de la convencionalidad impuesta. Lo monumental del ser está en la vida. Después de todo, ¡amor!, amasada a la vida, la extinción es su compañera y nosotros supimos de ello porque vivimos. Con este amor huérfano, el afecto pasional de mis sentimientos será tuyo para ese siempre sin la convencionalidad. Son decires de mí para nosotros.
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