La prensa europea, de forma viral, desprende ávida la curiosidad sobre Pablo Iglesias, el «indignado español» recién electo parlamentario europeo.
Hijo de padre y madre comunistas él también lo es, aunque no lo diga, pues los comunistas de ahora se disfrazan de socialistas del siglo XXI.
El propio Castro – Fidel, que no el juez de Palma de Mallorca quien intenta tumbar sobre el ajedrez a la Infanta Cristina para regocijo de Iglesias – ha dicho bien que ese «socialismo» digital es comunismo a secas, a la cubana.
El caso es que al igual que se roban el discurso en defensa de los pobres – lo advierte Papa Francisco – los comunistas de hoy también le roban sus instrumentos a la globalización que tanto demonizan. Al fin y al cabo – según su regla de oro – el fin justifica los medios. Avanzan hacia el comunismo disponiendo groseramente del vil metal que les aporta el capitalismo, y manipulan a la democracia hasta vaciarla desde adentro, reduciéndola a mero ejercicio electoral inflacionario.
A Iglesias le atribuyen ser la prolongación del movimiento informe de los indignados españoles de mayo de 2011. Hugo Chávez, el militar golpista venezolano del 4F de 1992, a su turno asume como propia la insurgencia popular – El Caracazo – que promueve tras bambalinas, destruyendo las expectativas del gobierno democrático recién inaugurado de Carlos Andrés Pérez, el 27F de 1989.
Pero no cabe extrapolar – no lo aceptan los intelectuales europeos y al efecto hacen valer sus esteriotipos – la experiencia «revolucionaria» hispanoamericana a España, así no más. Pero los mismos medios que hacen de Iglesias una «Super Star» o rara avis, por su lenguaje desenfadado, efectista e irreverente, en su instante hacen otro tanto con Chávez para darle rienda suelta a los descontentos con la clase partidaria tradicional.
¡Que la «revolución chavista» se explique en la pobreza extrema que acusan capas ingentes, es una verdad a medias¡ Oculta, a conveniencia, el acelerado proceso de modernización – nada distinto al de la España posfranquista – alcanzado por Venezuela, que hasta mediados de los años ’50 era una república de utilería, insalubre y de letrinas.
Sus sectores más beneficiados – no los excluidos – y los citados medios de comunicación, golpeados por la crisis económica y petrolera de los años ’90, fueron, justamente, quienes animan el «experimento de la anti-política» y juegan con fuego antes de terminar chamuscados como sus primeras víctimas. Así se repite el esquema en Ecuador y en Bolivia.
Lo cierto es que en 1999, no ahora, llegan a Caracas los profesores del celebérrimo CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales) valenciano, quienes a la sazón igualmente sirven como docentes en la Universidad de La Habana. Los contrata como asesores el vicepresidente de la recién electa Asamblea Nacional Constituyente venezolana, Julián Isaías Rodríguez Díaz, más tarde embajador de Chávez en Madrid y reconocido protector de la ETA. Y son quienes, sucesivamente, aportan sus luces a ecuatoriano Correa y al boliviano Morales, para el desmontaje constitucional del Estado democrático y social de Derecho.
Con agilidad dialéctica, Iglesias, miembro del CEPS, propone otro tanto en Europa. Dice luchar contra las élites y oligarquías financieras; anima la disidencia civil y demoniza al Pacto de la Moncloa que hace posible la democracia española. Acusa a sus élites de la debacle económica corriente y a la sazón demanda un referéndum, la democracia directa que enseña y practica Chávez en su hora, luego de situar el origen de todos los males de Venezuela en el Pacto de Punto Fijo, que de igual modo permite 40 años de democracia civil en una nación dominada históricamente por el «gendarme necesario».
Sea lo que fuere, atacar a Iglesias es un error. Querer silenciarlo, mediáticamente, una estupidez. Pero sí es esencial que el periodismo independiente y responsable, democráticamente comprometido, lo escrute y desnude, le sitúe ante el espejo de la transparencia. Ha de informar, sin mediatizaciones ideológicas, el saldo que el socialismo del siglo XXI deja como herencia en los territorios que contamina.
Venezuela, un país petrolero inmensamente rico, expropiado conforme a la receta comunista, hoy importa gasolina desde Brasil; acusa una inflación que corre hacia el 70%; muestra escasez y desabastecimiento de alimentos y medicinas en un 39%; ha hecho crecer el promedio anual de sus homicidios (4.500 en 1999, 24.000 en 2013) una vez como fortalece su alianza con el narcotráfico colombiano y su brazo armado, las FARC; por si fuese poco, su gobierno se encuentra bajo la mira de la ONU por violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Crónicas de Facundo – Iglesias, un mal presagio
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