No reconozco a mi país
Yo miro a mi país, lo escudriño por sus cuatro costados, y no lo reconozco.
Por más que aguce los sentidos, hasta sangrar, y por más que escudriñe los claroscuros de la patria, y sus sonidos contrapuestos, no reconozco a mi país. No alcanzo a adivinarlo. Me extravío en él.
Se llevaron la nación risueña, graciosa, ocurrente. La volvieron sombría, deprimida, violenta.
¿Qué hicieron con mi franja de tierra solidaria, presta a alargar una mano amiga, a consolar a quien fuere en las tragedias y a compartir una sonrisa, en medio de las pequeñas o grandes alegrías?
No reconozco a mi país. ¿Sabe alguno de ustedes dónde yace aquel territorio hacendoso, pujante, soñador?
Exploren y comprobarán que la calle es un asfalto hostil, donde la compañía improvisada sabe a recelo. Ya ni la Navidad es la misma. Dos mil años después, envenenaron su atmósfera, sus olores. Entre marchas y villancicos de guerra allanaron su espíritu, en busca de saquear la fe, y de erigir en los templos, en todos los templos y criptas, la retorcida figura del dios del odio, y de la saña, y de la insolencia, y de los desprecios eternos.
Yo miro a mi país, y no lo reconozco. Me extravío en él, en el vértigo de sus incertidumbres. Las veredas que antes seguían los presurosos pasos de hombres camino a sus faenas, mujeres yendo al mercado, y niños hacia la principiante ilusión de su escuela, ahora, sin importar la hora, ni la coartada, las desandan el crimen, la acechanza, la sangre derramada a causa de la excusa más fútil o la más absurda.
Créanme. En ésta, mi tierra, en la cual me siento un exiliado más, un desconcertado más en una legión de perplejos; en esta tierra, digo, donde antes abundaba el afecto, ahora una oscura bandada de perversos riega malezas de odio y desparrama viejos y nuevos rencores.
¿A dónde fue a dar la Venezuela ancha, generosa, alegre, aquella donde era posible convivir aún por encima de las diferencias, y la rivalidad era fiesta, y cualquier enconada discordia podía ser superada con la salva de una broma y un desprendido apretón de manos?
Ahora buscan destripar el desengaño de una muchedumbre que despierta de un prolongado hechizo, la amargura de todos los que compraron a precio de redención sus promesas de bagatela, sus discursos tramposos. Todo por continuar a medio erguir sobre los encabritados lomos de un poder que pretenden divino y desperdiciaron, una eternidad, en sus cruentas y corruptas francachelas. Quienes pudieron hacer tanto bien y no quisieron, ahora buscan ganar un tiempo que se acaba. Desde aquí se ve cómo tratan vanamente de ocultar el mal cometido durante tantas estaciones, al cabo de tantas desgracias y posibilidades perdidas.
Vergüenza debería darles. La principal falta de estos héroes de la infamia estriba en esa conducta en que ahora mismo reinciden: en el imperturbable encubrimiento de una espantosa inmoralidad, en su monumental cinismo, en sus delirios libertinos, en su histórica indolencia.
¿Más tiempo para qué? Ya no cabe más ruina en su haber ni es, éste, un territorio de tunantes. No pida lealtad quien no es leal ni siquiera consigo mismo. Usted faltó alevosamente a una confianza que jamás labró. Usted despilfarró oportunidades y milagros, recursos y esperanzas. Su alma está endurecida desde temprano y alardea, anegada en pestilente crueldad. Ese es el verdadero legado que usted administra. Desprovisto de la reciente y prestada devoción de sus huestes, ahora se escuda usted en el gastado sobresalto y en el fuego disociador que despiden sus fauces.
Da dolor, y rabia, recordar la imagen de miles de humildes encomendándoles, todos estos años, su hambre, su desnudez, su desamparo, su sed de justicia.
Ahora, mientras cavilo, y repaso en vuelo rasante imágenes y testimonios, yo miro a mi país y si alcanzo a reconocer en esta mañana sus pliegues y su conciencia, es en los honrados desgarrones y cicatrices de todos quienes han resistido.
Distingo a Venezuela en ese gesto pulcro y en esa distancia que al propio tiempo dicta y arranca la dignidad.
Junto a cada uno de ellos, junto a los de siempre y los de esta hora, inflo mi pecho, reúno ideales y naufragios, y vean cómo encuentro valor suficiente para desafiar los cañones de la intolerancia.
Le digo NO a los autores de tanto mal, como se le dice NO al mal mismo en persona, o, mejor, en su postura de bestia. Su tiempo está sellado. Las horas demás que consume forman parte de su ruinosa usurpación.
Ahora se arrastran y aferran como sanguijuelas al poder, y piden más tiempo, quienes han detentado el poder absoluto durante tantas estaciones, al cabo de tantas desgracias. ¿Más poder, para qué?, ¿más tiempo para qué?
Vergüenza debería darles.
Ilustración: Omar Montilla