Con la muerte de Ramón J. Velásquez, ocurrida recientemente, la intelectualidad venezolana pierde a uno de sus valores notables. Su labor fue múltiple, Presidente de la República, Senador, Diputado, Secretario de la Presidencia, Ministro, Director de los diarios El Mundo y El Nacional, Periodista, Historiador, Fundador del Archivo Histórico de Miraflores, Premio Internacional de Periodismo de la Universidad de Columbia, Nueva York, preso político, Director de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses.
Admira que llegó a las alturas y mantuvo aun en las situaciones más peligrosas la apacible condición de su mansísimo carácter. Siempre sereno y sonriente, fecundo en ideales patrióticos y proyectos civilizadores, se mantuvo distante de los rencores y las groserías de los caudillos.
Intelectual en la raíz misma del término y de la acción. Su vida fue Venezuela. Fue un animador de centenares de jóvenes venezolanos a quienes percibía que tenían alto vuelo. En lo personal le conocí a propósito de mi obra “Venezuela-República Dominicana: relaciones diplomáticas”, al remitirme en Santo Domingo al gran historiador y polígrafo Emilio Rodríguez Demorizi, cuya vasta obra nutre las bibliotecas de Ibero-América.
Desde entonces mantuve con él una relación de maestro a discípulo. A propósito de mi labor como Presidente de la Fundación Zuliana para la Cultura con sede en Caracas y de mis obras publicadas, llegó a decir: “Cómo quisiera que todas las regiones de Venezuela tuvieran un Julio Portillo, que las promoviera como él lo hace con el Zulia”. Presentó dos de mis libros y el año pasado propuso mi nombre a la Academia Nacional de la Historia para que fuera admitido como Miembro Correspondiente. Para mí y otros seguirá siendo manantial de aguas, saciador de sed de inspiraciones.
Del Zulia llegó a decir: “Hay modos o maneras especiales y sutiles de auscultar el espíritu de los pueblos. Desde cualquier mirador es posible y fructífero acercarse al Zulia. En todo esto está el Zulia eterno, con su valor más efectivo y permanente que el proporcionado por la riqueza petrolera que mana de sus entrañas. Lo transitorio de la riqueza petrolera pudo deformar el alma regional. Transformar al Zulia en una factoría púnica. Sin embargo, replegándose como el martillo que antes de avanzar se encrespa sobre sí mismo, el Zulia ha sabido permanecer leal a su primitivo espíritu”.
El gran resumen de su vida está en la cantidad de libros publicados. En todos se esmeró en acentuar la lucha por la preservación de la identidad nacional, por programar señalamientos incólumes como bien señalara Rafael Ramón Castellanos, su fiel amigo y secretario. Su muerte pues, enlútese las letras nacionales y deja un vacío hondo en la actividad política, histórica e intelectual del país.
El alma de la patria lo recordará siempre. Quizás su epitafio sea: “Es necesario moderar las actitudes, evitar inútiles derramamientos de sangre, primero la patria, después las facciones”.
Ramón J. Velásquez
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