«¡Qué llueva, Dios mío santo, que llueva!», exclama Carmen Coronado, una trabajadora doméstica que hace una larga fila frente a un surtidor que canaliza el agua que baja de las quebradas del cerro Avila, que rodea Caracas.
Ella es uno de las seis millones de habitantes de la metrópolis venezolana que desde hace dos meses padecen un severo racionamiento de agua, en un país de grandes reservas hídricas, entre las cuales el río Orinoco, uno de los de mayor caudal de América.
Pero la temporada de seis meses de lluvias que debe iniciar en mayo se ha demorado por segundo año, colocando en condiciones críticas a los embalses que surten a la ciudad.
El gobierno habla de una de las mayores sequías de la historia. Los especialistas y la oposición denuncian la falta de previsión.
Una fila más
A las faldas del Avila, o Waraira Repano, su nombre indígena, hay grifos que toman el agua de las napas subterráneas. Es día laborable. Los adultos deberían estar en sus trabajos, los niños en las escuelas… pero la falta de agua puede más.
Familias enteras, con niños uniformados de colegiales, se cuelan entre camiones cisterna que cargan los depósitos en edificios de clase media. Todos invierten la mañana en hacer largas filas.
El taxista Ernesto Viña aprovecha un descanso de sus labores para buscar agua: «Últimamente vengo a diario para mantener lleno un tanquecito que tengo en la casa. Con esto, se cocina, se lava y nos bañamos mi mujer, mis dos hijos y yo».
Restricciones severas
El gobierno estableció a comienzos de mayo, bajo el nombre de «Plan Especial de Abastecimiento» las normas de racionamiento.
Todos los días se corta el servicio por doce horas. A veces el hilo de agua sale del grifo durante la noche, a veces durante el día, según el sector. Y dos días por semana se suspende 24 horas consecutivas.
El plan busca paliar lo que el ministro de Ambiente Miguel Rodríguez considera la séptima sequía más intensa que se ha experimentado en el país en los últimos 60 años.
En las faldas de Waraira Repano el operador de uno de los «llenaderos», Williams Escalona, relata que «hace tres meses esto empezó a llenarse de gente. Vienen todos con sus potes. Esta estación había estado cerrada, pero la crisis hizo que se volviera indispensable».
Cerca de Caracas, en comunidades pobres, la ciudadanía bloquea las calles semanalmente para reclamar por la escasez de agua, una práctica que se ha replicado en otras ciudades como Punto Fijo, Maracaibo, Barquisimeto y Valencia.
Abundante, pero no disponible
José María de Viana, ingeniero y expresidente de la compañía hidrológica, asegura que el agua abunda, pero que no está desarrollada la infraestructura ni disponible la tecnología para lograr un suministro regular incluso en temporadas en las que no llueva.
«Se le echa culpa a los dioses de los errores humanos. Hay inversiones que eran necesarias y no se hicieron. Han pasado 16 años desde la última gran obra», declaró De Viana a la AFP.
José Norberto Bausson, experto en saneamiento ambiental, dice que a 4 millones de venezolanos no les llega agua potable a sus hogares debido a que el sistema de acueductos fue construido hace más de tres décadas, y que la crisis es un problema de planificación frente al natural crecimiento demográfico.
«La gente cree que tenemos muy poca agua en los sistemas, y el problema principal no es ese sino que la administramos muy mal. El suministro total disminuyó en 20% y eso generó un gran caos», explicó el ingeniero Bausson a la AFP.
De vuelta a la fila, una transeúnte se acerca para saludar a una amiga y contarle que desde la madrugada fue interrumpido el servicio de electricidad en su casa.
«¡Ay, m’hija», responde la mujer. «¡Eso no es nada!. Sin luz uno resuelve, pero sin agua… ¡Sin agua no se puede vivir!».