Su presencia imponía una disciplina absolutamente necesaria, aunque obviamente resistida desde tímidos gestos propios de quienes transitábamos una adolescencia feliz, despierta y despreocupada. Lucía siempre camisas claras e impecables, con pantalón de vestir, quizá primero como atuendo adaptativo a un clima caribeño y crepuscular algo distinto al de su España natal, pero luego como seguro como marca distintiva de su quehacer académico y docente, siempre activo.
Muchas generaciones de LaSallistas lo conocimos como el Hermano Miguel. Hacia finales de los 80 y principios de los 90, estudiábamos el llamado Ciclo Diversificado en La Salle, un colegio que nos parecía en ese entonces inmenso, con su patio grande, su escudo en el medio de un pavimento que soportó las pisadas de juego, de deporte, de carreras entre amigos, de formación mañanera en fila de lunes cívico, y de esas travesuras y anécdotas que siempre acompañan esa maravillosa edad escolar.
El Hermano Miguel fue varias veces nuestro profesor de inglés, y desde un claro acento español que se transmutaba en británico, sus clases eran metódicas y rigurosas, e imponían una disciplina en la pronunciación, escritura y en la pulcritud del cuaderno respectivo.
Su otra gran pasión fue la Ciencia. Fue el director y alma vigilante del Museo de Ciencias Naturales del Colegio desde 1982, y en él guiaba paseos y charlas sobre mineralogía, enseñando también a través del saber científico, el amor por la naturaleza.
Cualquier despelote o bochinche en el salón se dispersaba en la fracción de una fracción de segundo cuando alguien, desde la puerta alertaba: “Ahí viene el Hermano Miguel”. Disciplina, vaya que la imponía, así como el orden. Pero detrás de su aparente seriedad, se escondía una profunda bondad, una actitud paternal y siempre abierta al consejo, y también a las bromas.
Créame, Hermano Miguel, generaciones de LaSallistas lloramos su partida a la eternidad celestial, y lo recordamos con un cariño bañado de nostalgia. Dedicó su vida a la educación en valores, amor a la ciencia y a la formación espiritual y católica. En un país, que ve agrietado su tejido institucional, y la longevidad de los proyectos de cualquier tipo de corto y fugaz plazo, la labor formativa que Ud. desarrolló, es sin duda ejemplo de constancia y confianza en la juventud venezolana, y pilar de nuestro centenario Colegio La Salle de Barquisimeto.
Desde algún rincón del cielo, junto a San Juan Bautista de La Salle y a los hermanos, profesores y ex alumnos que habitan la eternidad, debe estar viéndonos, bonachón, con sus lentes y sonrisa pícara, y en su acento ibérico, ante nuestras dudas, confusiones o preguntas, casi susurrado me lo imagino subiendo sus hombros y diciéndonos: “Zon tontitos”.
Descanse en paz, Hermano Miguel…
@alexeiguerra