El 18 de junio de 2014, mientras en Madrid el rey Juan Carlos cumplía el acto formal de abdicación y la medianoche saludaba a Felipe VI como el nuevo rey de España, el madrileño diario El País, lapidario, titulaba: España fue el Titanic, para ilustrar el paso de la nación, con mucha pena y poca gloria, por la cita mundialista de Brasil.
En Venezuela, el hasta hace unos días vicepresidente de Planificación Jorge Giordani, sacaba sorpresas a un país que ya poco se sorprende, revelando en carta pública las contradicciones y debilidades del Gobierno de Maduro, noticia (la de las contradicciones, debilidades y desaciertos), que no sorprende desde hace rato a los estudiosos del drama nacional. A hombres como el jurista, catedrático y pensador venezolano Asdrúbal Aguiar, quien, entre una y otra realidad recibía, justo ese miércoles 18 de junio, su medalla de incorporación como miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras, en la muy española y muy latinoamericana ciudad de Cádiz (Andalucía).
El acto solemne, celebrado en la Sala del Trono de la que fuera sede del Consejo de Regencia en 1812, hoy sede de la Diputación Provincial, se realizó con la presencia de los académicos de Número, encabezados por la directora de la Real Academia, Carmen Cozar Navarro, en representación del abdicado rey Juan Carlos, quien ejerce la presidencia de la casi bicentenaria corporación.
El académico y catedrático de historia, Manuel Bustos, mientras ocupaban el presidium el vicealmirante Antonio Querol, comandante del Arsenal de La Carraca, donde fallece el precursor Francisco de Miranda, y el académico secretario, Fernando Sánchez García, leyó las palabras de recepción del nuevo académico Asdrúbal Aguiar, destacando particulares de su obra escrita – integrada por 19 libros – y crónicas periodísticas. Y al referirse a su trayectoria docente y desempeño público nacional e internacional desde cargos de Estado y elevada responsabilidad, subrayó la defensa que de la democracia y la libertad de expresión en las Américas ha realizado desde distintas tribunas. E hizo énfasis en los aportes que Aguiar realizara desde el 2000 hasta 2012, ejerciendo la presidencia de Unión Latina, con sede en París, para fomentar el estudio histórico y jurídico de La Pepa, la célebre Constitución Política de la Monarquía Española, pionera del liberalismo en Occidente, aprobada por las Cortes Generales y Extraordinarias reunidas en Cádiz en 1812, durante la invasión napoleónica.
Su discurso de incorporación no podía llevar título distinto: El problema de Venezuela. Y es así, porque la nación constituye su gran desvelo.
Inició sus palabras agradecido. Conmovido:
“La valoro (la incorporación) como privilegio inestimable. Es de suyo un sello de compromiso, un anillo de fidelidad, por ser esta Real Academia y su sede histórica, Cádiz, los faros del auténtico constitucionalismo liberal hispanoamericano”. La «ofrendo a Venezuela en tránsito adolorido y a sus estudiantes, víctimas actuales de la intolerancia oficial».
Recordó, en su amplio y denso discurso, “a otros compatriotas que me preceden con méritos más que superiores, incorporados a esta egregia corporación hasta 1933”
Nombres como los de don Lisandro Alvarado, “verdadero erudito y políglota”; Rufino Blanco, “escritor prolijo y diplomático”; Felipe Tejera, “escritor y crítico literario, recordado por su Manual de Historia de Venezuela ; Eloy G. González, escritor, ingeniero, político y redactor de El Cojo Ilustrado; Pedro Manuel Arcaya, “jurista, sociólogo, historiador y diplomático”; “el eminente investigador científico Plácido Daniel Rodríguez Rivero, quien funda, sostiene y dirige los Archivos de Historia Médica Venezolana” y César Zumeta, incorporado el 19 de enero de 1933.
El mito revolucionario
El jurista, en su documentada aproximación a la realidad venezolana, observa que “durante 183 años de historia independiente los venezolanos hemos sido, en 130 años, ciudadanos de repúblicas militares o colonizadas por los mitos revolucionarios”. Y no se trata, observa en su discurso de incorporación, sólo de la actual revolución bolivariana que cínicamente muta en socialismo del siglo XXI y es una suerte renovada del viejo marxismo que le sirve de trastienda y ancla en la hermana República de Cuba desde la segunda mitad del siglo XX, para justificar así otro despotismo más de los tantos que nutren el devenir de Hispanoamérica.
“Así las cosas, lo constatable, es que tras cada acto de fuerza o mediando la demanda del caudillo militar y/o rural de ocasión, sigue siempre la explicación intelectual y detrás el texto fundamental de circunstancia, obra de escribanos cultos y refinados, que le otorgan ribetes democráticos y hasta constitucionales a lo así ocurrido. ¿Ocurre acaso una suerte de aparente transacción entre la fuerza y la razón, o mejor, estamos en presencia de la transformación utilitaria definitiva de la razón, haciéndola sirviente de la fuerza en Venezuela?”
Advierte que cada “revolución” ha pretendido consolidar “, “a través de reformas constitucionales o de constituyentes, las previsiones necesarias para que el mandamás logrero alcance su estabilidad, se aleje del poder sin perderlo, o se prorrogue en el ejercicio del poder, directamente o al través de sus designados”.
El Derecho en el sentir de la gente
En su angustia de país, y luego de repasar la realidad política venezolana de uno a otro siglo, recuerda sus propias reflexiones en el 2000 sobre la Venezuela del XX: “No cabe la idea de una cultura jurídica propia o doméstica en Venezuela…si se constata el sugerido divorcio entre las formas del Derecho y el sentir de la gente”.
Ante su propia interrogante de cómo “zanjar el desencuentro existencial que todavía pesa sobre nuestra difusa conciencia colectiva”, recurre al pensamiento del maestro Rómulo Gallegos, “quien afirma en 1909 que el sentido de la ley no ha penetrado en la conciencia venezolana (…)porque no se nos ha enseñado a verla como cosa propia, y tan extraña permanecería para nosotros si ella fuera sacada de la propia alma nacional”.
“Y desde entonces, desde los días inaugurales poco nos importa a los venezolanos que ‘los de arriba’ tuerzan a su antojo a las leyes porque, en verdad, las mismas no le hablan al alma – lo dice Gallegos – y su desdén tampoco nos significa nada, pues incluso quienes alguna vez claman sanciones para los violadores de la ley, que siempre son otros o los otros, lo hacen con hipocresía y sin sentir que éstos atentan contra la patria ultrajada”.
En palabras finales, y asomado a la “Venezuela civil –que-duda y se fractura”, recuerda el valor institucional y democrático de quienes se ocuparon del país entre 1958 y 1999, luego de la dictadura y antes de la llegada del “Socialismo del XXI”, quienes encontraron “como piso común la idea del pluralismo democrático y su defensa”.
Desde Cádiz, fue obvio el llamado: la democracia, como leyes y justicia “que hablen al alma” valen la pena. Las voluntades venezolanas, hoy como ayer, están llamadas a rescatar el valor del hombre civil.