Soren Kierkegaard, uno de los padres de la filosofía existencialista, tiene una formidable obra titulada Tratado de la desesperación, que no se equivocó el autor al concluir que ella provocaría en el lector profundas meditaciones.
Vivimos en Venezuela un momento extremadamente desesperante, que provoca depresiones, pérdida de moral para la lucha contra la dictadura, temores, desaliento. Sólo cuando se establece un balance sereno de lo que han significado estos meses de protesta, la desesperación se torna en coraje, más desafío. Logramos entonces apartar la penumbra, el pavor al peligro y lejos de abatirnos tomamos nuevos bríos.
La solemnidad de la protesta, como dice Kierkegaard, cuando sale del ámbito de uno mismo y se convierte en colectiva le da inmensidad al esfuerzo. La oposición ha logrado desnudar al régimen, lo ha desvestido para que se vea el tamaño de su injusticia en lo jurídico, económico, político y en lo social. Cualquier índice que se analice nos remite a los límites de la devastación como país. Escasean cada vez más los productos alimenticios, no hay medicinas, la inseguridad tiene como estímulo a la inflación que en casi todos los rubros llega al 60%, las cárceles están abarrotadas de detenidos por índole delictiva y política, la corrupción del régimen es indescriptible. Desde que se inició el régimen chavista no hay un solo detenido del gobierno por robo o malversación de fondos.
Los Ministros pueden cometer cualquier tipo de desaciertos, que lo que más puede pasarles es ser enviados a otro ministerio o premiarles con una Embajada. El superministro Ramírez ahora nos dice que probará con otra forma distinta al Sicad II para que los venezolanos adquieran dólares, se ha equivocado tres veces.
Siempre he señalado que somos árboles de este bosque, imposible emigrar a otras latitudes y desentendernos del futuro de Venezuela. Aquí están enterrados nuestros ancestros, aquí nacimos y en este lar comenzó algo más que nuestra vida, se inició nuestra existencia.Lo que podamos llamar impotencia, debilidad, tenemos que dejarlo a Dios y al imponderable, porque en cualquier momento la brasa de esos carbones se convierte en una poderosa llama.
Ciertamente estamos en una categoría superior en la que nos encontrábamos antes de arrancar este desafío. El gobierno tiene sus días contados, podrá apelar a la represión, a la tesis de la planificación del magnicidio, al encarcelamiento de militares, a la persecución generalizada contra la sociedad civil y los estudiantes, pero está herido de muerte. Dios premia la constancia y en la medida en que perdamos el miedo le será más difícil al régimen mantenerse en el poder. Como dicen los estudiantes el que se cansa, pierde. Digamos confiados ¡Señor!: dadnos para el desánimo un estado de ánimo contrario y valor para seguir en la lucha por la libertad, “porque el día que nos den a escoger entre el pan y la libertad, escogeremos la libertad para seguir luchando por el pan”.
No desesperar
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