San Antonio: custodio del tamunangue

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“Antes de patrono y ángel custodio del tamunangue en América, San Antonio de Padua venía siendo Arca y Armario del Nuevo y del Antiguo Testamento. Sus famas son risueñas y de altos vueltos verbales. Por la etimología griega de su nombre y por el pan de azucena heráldica, como el nardo de San José, el cancionero tropical lo corona rey de todas las flores, señal ecológica y virgiliana de su camino matinal”, escribió el poeta Antonio Urdaneta.

San Antonio de Padua, añade, a quien convino la primavera, es un avatar de la recuperación del lenguaje olvidado, de la reintegración de los seres. Desde el seno de La Batalla, un coplero expresa de modo conmovedor la constelación de su propio estilo.

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“San Antonio es mucho pueblo. Sus gozos en el tamunangue son juegos florales o poéticos. Su imagen se multiplica en las piedras del campo. Cada una de ellas viene a ser objeto mágico. Cada una es una epifanía de valor sideral en nuestro cristianismo cósmico”, sostiene el autor del libro El lirio que vino del mar.

En su estudio, Urdaneta expone que el monte se cruza cuando se encuentran los garrotes ante el altar. La vara o la vera tamunanguera es trasunto de la vara mágica o del garabato caminero que retoña.

El ícono representa al santo con el niño en brazos. Expresa mucho más porque el Niño se sienta o se para sobre el libro.
“Una vieja novena alude al extravío del Brevario de San Antonio y a su recuperación por parte del Niño Jesús, la traviesa inocencia de quien se hace oír por los doctores de la sinagoga”.

“El paisaje larense está completo en la fiesta, el garrote de vera, la vera por antonomasia o el garrote de guayabo negro o de curarí, maderas recias y marciales, el cuero de chivo, el tambor, las maracas mágicas, el cocuy y el ají picante. Todo eso unido al tambor, al cuatro, junto al canto solista y al coro sonoro”.

La tradición tamunanguera, señala Urdaneta, a través de las generaciones, conduce a la formación de un imaginario colectivo físico, psíquico y mental. Su nombre y todo entorno a él, tiene de misterio, de historia y leyenda, viene a ser el auxilio de la comunidad devota.

“La copla -Ah mi padre San Antonio/ ¿Dónde está que no lo veo? traduce en la voz campesina el desarraigo y el exilio. Plantea el tema alternativo del olvido y el recuerdo. San Antonio remite al recuerdo del original en el hombre, a la ecología del alma, a la recuperación del paraíso perdido, a la rememoración divina, a la toma de conciencia en torno a la desintegración”.

Según el escritor, el santo de los pobres vino a la tierra larense a patrocinar el reencuentro con la Creación. Se le eligió asombrosamente eje de los velorios y de los siete sones del tamunangue.

“Los franciscanos trajeron al santo más popular de la iglesia en medio de la galantería caballeresca de la Edad Media. Una muchacha medieval lo ve como a su propio galán. San Antonio vino a ser entre nosotros el centro de una danza, de una parranda, de unos amores, de una fruición, de la risa y el grito, del desahogo”, acota el poeta.

La danza

El tamunangue, de acuerdo con el doctor Pedro Rodríguez Rojas, es una de las expresiones más representativas del sentir larense y de las más significativas del país.

Es una manifestación religiosa con al menos 400 años de tradición. Su partida de nacimiento está en El Tocuyo, municipio Morán.
Según investigaciones de Rodríguez Rojas, en 1609 se conformó la primera cofradía, con sede en el Convento San Francisco, hermandad para morenos y esclavos.

«La aproximación a la comprensión del tamunangue hay que hacerla bajo una concepción transdiciplinaria a partir de la antropología, la historia, la lingüística, la etnografía, cuyo análisis permita traspasar la expresión simbólica y comprender el intrincado proceso político, social, de esta manifestación como defensa de una cultura”, escribió el historiador en el artículo Pensar El tamunangue Patrimonio Cultural.
Añade el especialista que el tamunangue es la más completa suite de América Latina, superada por la peruana-boliviana, sólo por el colorido de la vestimenta.

“Los negros” era como llamaban antes a esta serie de sones cuyos instrumentos, bailes, vestimenta, nos habla del mestizaje, pero es fundamentalmente de origen africano, el tambor es el elemento predominante y aunque se le rinda culto a un santo europeo, el afrodescendiente lo hizo negro para que se pareciera a sus deidades ancestrales, expone el docente en su artículo Los 95 del tamunanguero Julián Mogollón Pérez.

La conmemoración

El diccionario de Cultura Popular de la Fundación Bigott expone que el tamunangue es una danza y ceremonia religiosa tradicional larense en homenaje a San Antonio de Padua. También se le conoce como Son de Negros.

Dicha manifestación contiene la elegancia, el gracejo, el atavismo y la nostalgia de las tres razas: blanca, negra e indígena.
En opinión de músicos y coreógrafos, la manera tan particular en que se ha producido esta mezcla muestra al tamunangue como un baile original y agradable en el cual los bailadores exhiben una particular elegancia, con movimientos de impecable pureza y austera severidad en su desarrollo lo cual realza lo solemne del rito religioso.

La fiesta comienza hoy 12 por la noche cuando se celebra el velorio, que consta de rosario, salve y los gozosos tonos y pueden prolongarse hasta la madrugada.

Desde el amanecer del 13, veloristas y fieles al compás de tambores, cuatros, quintos o requintos, maracas y el chocar de los garrotes encabullados de los jugadores de La Batalla se dirigen al templo a oír la misa oficiada en honor al santo.

Al final de la misa y del reparto del Pan de San Antonio, se saca en procesión la imagen del santo por las calles del pueblo, entre la profusión de fuegos artificiales y toques de campana.

Antes por lo general se entona la Salve -versión musicalizada de la conocida oración católica- con lo que se establece una especie de puente entre el final de la ceremonia religiosa y el inicio de la fiesta popular. A partir de entonces imagen y conmemoración pertenecen por completo a la gente.

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