Hace ya unos 13 años que comente por primera vez sobre la computación cuántica, en aquel entonces era cosa de ciencia ficción, hoy día pienso que la biocomputación está a la vuelta de la esquina.
Si están buscando una revolución en la computación a la cual pegarle el ojo es mejor enfocarse en la computación cuántica; si quieren algo a que les cuestione la tela misma de la realidad tal vez la realidad como simulación les interese un poco más. Aquí tenemos uno de esos avances científicos que prometen mucho pero no se sabe por donde empezar a cobrarles.
No es uno de esos descubrimientos que “llevará la ley de Moore al siglo XXI”, ni es uno de esos avances que mejorará exponencialmente la velocidad de tu ordenador, ni del internet. Los bioordenadores son como ese compañero tímido de la facultad que todo mundo juraba tenía un “gran futuro” pero nadie podía decir haciendo que.
Cuando hablamos de ordenadores tenemos dos ramas principales, aquella que busca utilizar las estructuras biológicas de organismos existentes para computar cálculos y su antítesis: aquella que busca utilizar organismos enteros como partes de un ordenador. La primera ha logrado, por ejemplo, utilizar células humanas para hacer sumas y restas binarias, y la segunda ha utilizado moho para optimizar vías férreas.
Simplificando el proceso se puede argumentar que podemos usar células para computar, un proceso que aún se encuentra en pañales y que tardaría décadas en igualar al poder de procesamiento de un teléfono inteligente de gama baja, ni hablar de los grandes centros de procesamiento que computan las simulaciones científicas, que diseñan los juegos del mañana o que dan forma a los miles de tubos rellenos de gatos que llamamos internet.
El organismo en cuestión es el Physarum polycephalum, un moho fácilmente cultivado en un laboratorio y alimentado con avena. En 2010 se publicó un estudio en Science donde científicos japoneses utilizaban el moho para optimizar los algoritmos de trazado de vías ferroviarias entre Tokio y sus ciudades satélites.
¿Como terminó entonces el moho en una placa de circuitos?
Convirtiéndose en la intersección de las dos corrientes y fundando una nueva área de en la biocomputación. El Moho de fango es el primer ejemplo concreto de un organismo que optimiza y a la vez es utilizado como medio de procesamiento. Ambos procesos se habían hecho por separado, pero la unión es novedosa y promete prometer bastante cuando se superen un par de obstáculos.
El primer problema es encontrarle una aplicación fuera de la investigación de frontera. Se especula que pueden servir como circuitos de ordenador, se cree que podrían funcionar como interfaz entre computadores electrónicos y el cuerpo, se teoriza que podrían crearse implantes que ataquen tumores y ahorren los efectos secundarios de las terapias. Se conjetura, se deduce, se piensa. No se sabe.
Lo que sí sabemos es que se puede crear una red con el moho a la que se agregan nano partículas magnéticas para hacer que circulen a través de los tubos del moho. Y si se le suman las habilidades de los tubos para interactuar eléctricamente se tiene un chip biológico.
Actualmente no se puede competir con los circuitos integrados, pero presenta un par de ventajas, principalmente su alta velocidad para adaptarse y recuperarse después de ser dañado.
Estirando un poco la teoría, sabemos que el moho tiene una carga eléctrica propia y que los ordenadores computan usando energía. Utilizando las cargas del moho se puede hacer un sistema de puertas lógicas. Al momento se han tenido unos pequeños problemas con el experimento. El más preocupante es que “las operaciones lógicas no siempre dan el mismo resultado en procesos similares”.