A veces cuesta entender a este Gobierno. Es como si no tuviera claro lo que le conviene, y mucho menos lo que le conviene al país, aunque demasiado frecuentemente se confunda y crea que Venezuela es el Gobierno, una identidad que excluye a todos los demás. Incluso a aquellos que han creído en el proceso y que hoy no es que sean de oposición, que lo serán, sino que andan en los áridos parajes del desconcierto.
Una y mil veces dijo el Gobierno que quería diálogo. Lo convocó. Insistió a la alternativa para que se sentara, tanto que accedió a las condiciones que la Mesa de la Unidad ponía. Transmisión en cadena nacional del primer encuentro, agenda de temas de interés nacional y presencia de un tercero de buena fe, que en este caso son, nada menos, los cancilleres de Brasil, Colombia y Ecuador y el Nuncio de Su Santidad Francisco.
Y todo ¿para qué? Iniciado el diálogo no hizo más que dispararle. Descalificando interlocutores. Atacándolos a veces sin piedad. Aclarando, oscureciendo, que era para dialogar pero no para acordar, una tertulia de cafetín, “habladurías por conversá” como en el poema de Rodríguez Cárdenas que tanto le gustaba a Adelita.
Congelado el diálogo, no roto, porque la Unidad se cansó de su falta de respuestas, se lanzan con una rueda de prensa insustancial pero sumamente agresiva, cuyo objeto luce propagandístico.
Toda respuesta, y toda decisión, está diferida hasta después del Congreso del Psuv. Así las cosas, uno se pregunta ¿qué pretenden? ¿será que no entienden la magnitud de la crisis venezolana?
Entender
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