Aunque no lo percibamos, los gobiernos en el mundo son ahora más vulnerables al reclamo, a la insatisfacción popular. En la práctica, el mito según el cual “gobierno no pierde elecciones”, quedó invalidado. Conforme a la cultura de cada sociedad, el inconformismo aparece y estalla, aun en países de relativo bienestar social y de altos estándares económicos. Los pueblos son, ahora, más irreverentes frente al poder y la tendencia es a que siempre exigirán más.
Los ejemplos huelgan. Argentina es, para nosotros, un caso emblemático. En octubre de 2012 el kirchnerismo sufrió una derrota aplastante en las elecciones legislativas. En 16 distritos se impuso una oposición dispersa, dividida. El revés más sonoro para la Cristina con ambiciones de “eterna”, fue, por supuesto, el que tuvo como epicentro a Buenos Aires. En medio de ese deslave, los peronistas se alejan del Gobierno y la disidencia se abre paso. Por esa vía se esfumó el sueño de la Presidenta: la re-re. La posibilidad de reformar la Constitución para asegurarse un tercer mandato, ya no será posible. Y, ¿de qué reniegan los argentinos?: Del autoritarismo, del “cepo” cambiario, de las mentiras sobre la inflación, de la inseguridad, de la corrupción.
Lo de Panamá es reciente. En mayo de este año, el candidato oficialista José Domingo Arias ganó únicamente en las encuestas. El día de la verdad, perdió con Juan Carlos Valera, quien llegó a la cita comicial en una condición extraña: la de vicepresidente y candidato opositor a la vez. “Dios nos coja confesados”, fue la reacción del presidente Ricardo Martinelli, para quien Valera fue un vicepresidente desleal.
Un mes antes, en abril, se había dado el descalabro del poder en Costa Rica. Luis Guillermo Solís, opositor, se impuso ante el abanderado oficialista Johnny Araya. Solís era el candidato del Partido Acción Ciudadana, formado por figuras que se desprendían del hasta entonces oficialista Partido Liberación Nacional. La disidencia pareciera estar de moda.
El desenlace electoral de Colombia está pendiente de una segunda vuelta, fijada para el 15 de junio, pero al menos en una primera vuelta, Oscar Iván Zuluaga superó por cuatro puntos porcentuales al presidente Juan Manuel Santos. Es sabido que tanto Santos como Zuluaga formaron parte del mismo gabinete, bajo la sombra del presidente Álvaro Uribe. Santos, quien llegó al Palacio de Nariño de la mano de su ahora archirrival, Uribe, apenas se sentó en el trono desconoció a su mentor. Por cierto, una pregunta que le hacen con frecuencia a Uribe es si no cree que Zuluaga también se le podría torcer, al igual que el otro. “No, porque éste anda derechito”, atajó hace poco la intriga. ¿Qué asunto ha flotado en el debate político entre los colombianos?: La intromisión de Cuba en la búsqueda de un sendero de paz.
En abril de 2013, en Paraguay, Efraín Alegre, candidato oficialista del Partido Liberal Radical Auténtico, perdió ante el magnate Horacio Cartes, del Partido Colorado. ¿Qué amarga a los paraguayos?: La pobreza, el desempleo.
En Honduras, en noviembre de 2013, si bien ganó el candidato oficialista, Juan Orlando Hernández, él se alzó contra la pretensión de volver por sus fueros de Manuel Zelaya, depuesto en 2009 y quien esta vez se escudaba en su mujer, Xiomara Castro. ¿Qué angustia a los hondureños? La pobreza, la violencia, la presencia cada vez más intimidante del narcotráfico. Un dato estremecedor: en el país se registra un promedio de 20 crímenes diarios, en una población que apenas supera los 8 millones de habitantes.
En Ecuador se produjo un verdadero sacudón en las elecciones locales de febrero de este año. Rafael Correa, quien asumió la campaña como suya, no pudo endosar su alta popularidad, y su Alianza País se anotó una severa derrota en las alcaldías de Quito, Guayaquil y Cuenca. ¿Cuál fue la causa? Correa habló de sectarismo en su partido, de debilidad organizativa y de pérdida de adhesión en las bases. ¿No se ve nadie en ese espejo aquí?
La experiencia de Chile es impresionante. Sebastián Piñera, el cuarto hombre más rico de la nación (su fortuna fue calculada por la revista Forbes en 2.500 millones de dólares), recibe el poder en 2010 de manos de la socialista Michelle Bachellet, quien, pese a haber sido acusada de manejar con ineficiencia los estragos del terremoto registrado apenas un mes antes de separarse del poder, deja la Presidencia con 84% de popularidad. Y vuelve a ocupar el Palacio de La Moneda, después de Piñera, habiendo derrotado a la candidata oficialista Evelyn Matthei. Piñera se agenció importantes logros en materia económica y social. Generó 1 millón de empleos, pero el descontento pudo más. Su popularidad al momento de dejar la Presidencia era del 49%.
En México, en julio de 2012, Josefina Vásquez Mota, candidata presidencial oficialista, del PAN, en el poder desde el año 2000, ocupó el tercer lugar. La balanza se inclinó a favor de Enrique Peña Nieto, del PRI.
Hay otro ejemplo alucinante. El de la India, con el mayor proceso electoral en el mundo: 815 millones de votantes. En mayo de este año sufragaron 551 millones, en una consulta que se lleva cinco semanas. ¿Se imaginan cuánto habría demorado doña Tibisay en anunciar su “tendencia irreversible”? Pues bien, allí el oficialista Partido del Congreso, de la dinastía Nehru-Gandhi, que gobernó a ese inmenso país 54 de los últimos 67 años, fue vapuleado por el nacionalista Narendra Modi. ¿Qué mortifica a ese vasto pueblo?: La violencia, el estancamiento económico, la corrupción.
Ahora, ¿por dónde le entramos a lo que ocurre en Francia? En territorio galo el coctel es más entretenido. No sólo se dio, en marzo de este año la abrumadora derrota socialista en las elecciones municipales (perdieron el control de 155 ciudades y se fueron al foso del tercer lugar, con un ascenso estrepitoso de la extrema derecha, el Frente Nacional, con Marine Le Pen y su discurso xenófobo a la cabeza), sino que el desangelado, distraído y bragueta-alegre François Hollande se ha hundido en una vergonzosa crisis. Al líder de la quinta potencia mundial, con fama de indeciso, le ha dado por andar por allí, bamboleando su maletín con los códigos nucleares, en un lío de faldas que ha hecho las delicias de la prensa, la amarillista y la seria. A riesgo, además, su propia seguridad, ha sido visto desplazándose en una moto Scooter por las calles de París, ocultándole un casco la identidad, tras los pasos de la actriz Julie Gayet, 18 años menor que él, a quien instaló en un apartamento en la rue du Cirque, muy cerca del Palacio del Elíseo. Crece la ola de opinión pública que pide su dimisión, no tanto por la infidelidad (a su compañera oficial, la periodista Valerie Trierweiler, la hospitalizaron con “crisis de fatiga nerviosa”), pues los franceses opinan que dónde y con quién duerme el Presidente es asunto suyo, sino porque las cosas públicas tampoco andan bien. El desempleo ronda el 10%. La inversión extranjera cayó, en tanto que el gasto público se dispara. Hay allá, asimismo, una obsesión socialista por perseguir, y castigar con impuestos, a quien desee producir y generar riqueza.
Eso ha pasado en todos esos países. En unos por inflación, corrupción, desempleo. En otros por las rupturas dentro del oficialismo. En otros por nepotismo, influencias malévolas de terceros, como es el caso de Cuba. En otros porque se sataniza a quien tiene éxito. En otros por la pobreza, el gasto público, la falta de oportunidades o, simplemente, por una especie de cansancio social. ¿Qué se puede esperar, entonces, en Venezuela, donde todos esos factores se juntan, atizan el desasosiego y ejercen una creciente presión? ¿Acaso la clamorosa y reciente victoria de Patricia de Ceballos en la alcaldía de San Cristóbal y Rosa de Scarano en la de San Diego, puestas de pie estas dos gallardas mujeres frente a los groseros abusos del Estado, no hablan de un atronador desmadre en puertas?