En un país al que todos queremos, el flamante ministro de Interior, Paz y Justicia, ordena la detención de una peligrosa buhonera que tuvo la osadía de aparecerse en la policía con una caja de bombas molotov que habían aparecido en su kiosco, situado en una concurrida calle de una gran ciudad.
El ministro, investigador del siglo XXI, sospechó que en el tarantín de la peligrosa buhonera, de acuerdo a las informaciones de agentes operativos funcionaba un laboratorio de explosivos. Al ordenarse el allanamiento no se encontraron microscopios ni ningún instrumento que la hiciera sospechosa. Dos policías técnicos vestidos de batas blancas, con un aspirador en las manos, y en los filtros del aspirador consiguen fragmentos minúsculos de un material extraño, que al compararlo con material indubitable arrojó como resultado restos de fritangas, que al unirse con materiales explosivos producen un elemento que sólo puede ser detectado por expertos con un olfato especial para ello, el alambre que servía para amarrar las puertas del tarantín tenía un revestimiento de platino, que sirve para hacer un minidetonador, que no puede ser captado por los detectores de metales ni ser apreciados por rayos X.
Los restos de fritanga, puestos a freír en los sartenes viejos que consiguieron en el tarantín, disimulaban fundidores de aluminio y bronce, metales blandos que si lo colocan con dos relojes despertadores que no sean eléctricos, porque se puede ir la luz por la cantidad de iguanas comecables que existen en algunas regiones, configuran un productor de veneno neurotóxico, sobre todo por las fritangas detectadas en el tarantín allanado.
A la peligrosa buhonera se le hizo un seguimiento a través de sus innumerables tarjetas de crédito, de los Bancos del Tesoro, de la Mujer, del Banco de Sangre y del Banco Comunal y por los bienes que compraba en establecimiento controlados por el Estado se pudo comprobar la compra indiscriminada de productos de primera necesidad, tales como harina para hacer arepas, papel toalé, jabón de baño, aceite comestible, lo que la convierte en una presunta acaparadora, lo cual hay que combatir con la guerra económica.
Hoy la peligrosa buhonera está detenida, su drama da aliento a los sucesos y evitan que el infortunio la arrastre a la desdicha o a la muerte, sus poses risueñas y con vitalidad vislumbran una armonía espiritual cubierta de inocencia, sobre el terror, la dicha de ver la justicia triunfante y a su alrededor emerge la piedad y la esperanza.
La opinión pública sorprendida, busca a fondo la vida de esa heroína, madre soltera que mantiene una lucha, un duelo a muerte con la injusticia de verse encarcelada y los acontecimientos desbordan sentimientos de burlas hacia el carcelero y una conmoción incendia los medios alternativos de comunicación, haciendo conocer el drama a ritmo torrencial y despertando una solidaridad que envuelve la proclama y los gritos de libertad que ya se oyen en todos los rincones; hay que aplacarlos, vamos a darle la libertad, pero ella no la quiere como una dadiva, sino como un triunfo, una conquista; esa libertad es ilusión y fe, frente a la desilusión y a la amargura.
El carcelero con lengua de hiel quiere acallar los gritos de libertad y encadena los Medios de Comunicación, pero no logra, que esa vigorosa pasión en torno a la Heroína traspasen los linderos y quiebran esos sentimientos de odio, de desconfianza y de fracaso y vemos entonces a una fuerza atrevida, pura, libre, virginal, henchida de belleza, con impulsos que la libran de las vicisitudes que la rodean.
El carcelero mandatario del mal, aprisionado por ese invisible tejido, desencadena la hecatombe y en ardid criminal, usa las fuerzas represivas, revelando matices de sus designios, un monologo permanente que indica un desespero y siente en la atmosfera un abismal agobio.
Matar, vengar al difunto, proclamas de venganzas, para tratar de alcanzar la calma, pero el sentimiento dormido juvenil y vigoroso, no atiende al acoso de las sombras, no vacila y sin titubeos afirma su amor por la libertad y encuentra en la osadía el gozo de regresar a su patria libre, con un rayo de luz que vence la amargura de lo que creemos imposible, pero que la lucha lo hace posible: No quiero morirme sin ver esa luz.
La terrorista
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