La libertad atraviesa todo el ser de la persona y está en la base de la educación. Educar en la templanza exige combinarla con la libertad. La educación se dirige a que cada uno aprenda a tomar libremente las decisiones de su propia vida.
No se educa con una actitud protectora en la que los padres suplantan la voluntad del niño y controlan cada uno de sus movimientos: ni tampoco con una acción tan excesivamente autoritaria que no deja espacio al crecimiento de la personalidad y del propio criterio. En ambos casos el resultado final será más un sucedáneo de nosotros mismos o una caricatura de una persona sin carácter.
Lo acertado es dejar que el hijo vaya tomando sus decisiones de modo acorde con su edad; y que aprenda a elegir haciéndole ver las consecuencias de sus actos, a la vez que percibe el apoyo de sus padres –y de quienes intervienen en su educación- para acertar en lo que elige, o para rectificar una decisión errada.
En educación no hay recetas generales; lo que cuenta es buscar lo mejor para el educando y tener claras, -por haberlas experimentado-, cuáles son las cosas buenas que hay que enseñarle a querer y cuáles son las cosas malas que hay que enseñarle a rechazar. En todo caso, conviene promover el principio del respeto a la libertad: es preferible equivocarse en algunas situaciones que imponer siempre nuestro propio juicio. Más aún si los hijos lo reciben como algo poco razonable o incluso arbitrario.
Las comidas son una ocasión para educar en la templanza. Así por ejemplo, no preparar varios menús, saber eliminar caprichos, animar a terminar la comida que no gusta, a no dejar nada en el plato, enseñar a usar los cubiertos o a esperar que se sirvan todos antes de empezar a comer, son modos concretos de fortalecer la voluntad del niño. Además, el clima familiar de sobriedad de los padres se transmite por ósmosis sin que se tenga que hacer nada especial.
Si la comida que sobra se utiliza para platos futuros, si los padres no comen entre horas, o dejan para otros lo que queda del postre, los niños crecerán viendo natural este modo de proceder.
Cada edad presenta circunstancias específicas que hacen que la formación deba afrontarse de modos diversos. La adolescencia requerirá más la discreción en las relaciones sociales, a la vez que permitirá racionalizar mejor los motivos que llevan a vivir de un modo o de otro.
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@oswaldopulgar
Enseñar en libertad a los hijos
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