Hago un ejercicio de indagación histórica personal, una calistenia de los recuerdos, buscando referencias de la acción de gobiernos del pasado contra manifestaciones, protestas y movilizaciones de calle, y confieso que no recuerdo episodios de represión tan masiva, sistemática, violenta y divorciada de cualquier atisbo de legalidad, constitucionalidad y moralidad, como la que en los últimos meses ha ejercido el gobierno de Nicolás Maduro contra las acciones de calle de estudiantes y otros actores sociales.
La represión ha supuesto no sólo dosis abundantes de gas lacrimógeno y perdigones, sino una arquitectura jurídica que, en retorcida interpretación de la Constitución (hoy una abstracción incumplida) ha conducido, paso a paso, a criminalizar la protesta, tildándola de golpista y terrorista.
Los matices, las zonas grises entre la racionalidad o irracionalidad de la protesta, los métodos, su organicidad o caótica desconexión, la presencia o ausencia de liderazgos, se mezclan para que cada quien valore la actual situación de Venezuela de una “normalidad” entrecomillada, pre-apocalíptica, consolidadamente revolucionaria, de quiebre y ruptura, o absolutamente apacible.
En medio de la polarización política, quizá la única certeza en la cual se encuentran quienes hoy apoyan y adversan al gobierno, es en lo aguda de la situación económica, de inflación, escasez, inseguridad, y de una parálisis cambiaria que convierte a los próximos meses en la certidumbre de un mayor deterioro del país, en todos los órdenes.
La “revolución” ha requerido siempre de la confrontación y de la violencia para justificar cada nueva arremetida contra la agónica sociedad democrática, y no ha escatimado en fabricar denuncias conspirativas y golpistas, cuando han sido ellos los únicos “dueños” de los recursos, del Estado-partido oficial y de las armas para aferrarse al poder.
La voz del gobierno es una consigna desgastada, la reiteración del resentimiento y la intolerancia como políticas de Estado. Ante los anuncios de cierres de líneas de producción, de cese de actividad de aerolíneas, de operación a menos de la mitad de la capacidad instalada de las empresas sobrevivientes al arrase expropiatorio, regulatorio y estatista “socialista” que no paga la millonaria deuda en divisas, la única respuesta del gobierno es el silencio, el no reconocimiento del fracaso de su modelo económico, y la denuncia cotidiana de golpes y guerras económicas, evidencia de su patética irresponsabilidad e incapacidad.
En el abecedario de los totalitarismos menguantes, de las autocracias que pugnan, sin mucho éxito, en mantener un disfraz de legitimidad democrática, los hechos se encargan de develarnos las dos caras de una misma moneda. La “R” de revolución se transmuta en la única y real misión actual del gobierno venezolano: “R” de represión.
@alexeiguerra
Capitalismo Lunar “R” de Represión
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