La última noche que pasó Jesús con sus Apóstoles, cenando con ellos les dio sus últimos y tal vez más importantes anuncios. Ellos, sin lograr entender mucho de lo que les decía, estaban evidentemente preocupados, por lo que el Señor los tranquilizaba, diciéndoles: “En la Casa de Mi Padre hay muchas habitaciones … Me voy a prepararles un lugar… Volveré y los llevaré conmigo, para que donde Yo esté, también estén ustedes. Y ya saben el Camino para llegar al lugar donde Yo voy” (Jn. 14, 1-12).
Jesús iba a morir, resucitar y ascender al Cielo; es decir, se iba a la Casa del Padre y nos quiere llevar a cada uno a ese sitio. Además, no solamente nos muestra el Camino, sino que nos dice que El mismo es el Camino: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, cuestión un tanto complicada que explica seguidamente: “Nadie va al Padre si no es por Mí”.
El Camino del cual nos está hablando el Señor no es más que nuestro camino al Cielo. Es el camino que hemos de recorrer durante esta vida terrena para llegar a la Vida Eterna, para llegar a la Casa del Padre, donde El está. Y… ¿cómo es ese camino? Si pudiéramos compararlo con una carretera o una vía como las que conocemos aquí en la tierra, ¿cómo sería? ¿Sería plano o encumbrado, ancho o angosto, cómodo o peligroso, fácil o difícil? ¿Iríamos con carga o sin ella, con compañía o solos? ¿Con qué recursos contamos? ¿Tendríamos un vehículo … y suficiente combustible? ¿Cómo es ese Camino? ¿Cómo es ese recorrido?
Veamos algo importante: Jesús mismo es el Camino. ¿Qué significa este detalle? Significa que en todo debemos imitarlo a El. Significa que ese Camino pasa por El. Por eso debemos preguntarnos qué hizo El. Sabemos que durante su vida en la tierra El hizo sólo la Voluntad del Padre. Y, en esencia, ése es el Camino: seguir sólo la Voluntad del Padre. Ese fue el Camino de Jesucristo. Ese es nuestro Camino.
Vista la vida de Cristo, podríamos respondernos algunas preguntas sobre este recorrido: es un Camino encumbrado, pues vamos en ascenso hacia el Cielo. Sobre si es ancho o angosto, Jesús ya lo había descrito con anterioridad: “Ancho es el camino que conduce a la perdición y muchos entran por ahí; estrecho es el camino que conduce a la salvación, y son pocos los que dan con él” (Mt. 7, 13-14). ¿Fácil o difícil? Por más difícil que sea, todo resulta fácil si nos entregamos a Dios y a que sea El quien haga en nosotros. Así que ningún recorrido, por más difícil que parezca, realmente lo es, si lo hacemos en y con Dios. Carga llevamos. Ya lo había dicho el Señor: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga” (Lc. 9, 23). No vamos solos. No solamente vamos acompañados de todos aquéllos que buscan hacer la Voluntad del Padre, sino que Jesucristo mismo nos acompaña y nos guía en el Camino, y -como si fuera poco- nos ayuda a llevar nuestra carga. ¿Recursos? ¿Vehículos? ¿Combustible? Todos los que queramos están a nuestra disposición: son todas las gracias -infinitas, sin medida, constantes, y además, gratis (por eso se llaman gracias)- que Dios da a todos y cada uno de los que deseamos pasar por ese Camino que es Cristo y seguir ese Camino que El nos muestra con su Vida y nos enseña con su Palabra: hacer en todo la Voluntad del Padre.
Esto de llegar al Cielo es crucial. Pero ¿quién está en cuenta de esto? ¿Quién actúa de acuerdo a esto? Por ser esto tan crucial, es urgente evangelizar. Y evangelizar no es más que llevar el siguiente mensaje a toda persona que quiera escucharlo: Dios nos envió a su Hijo Único para salvarnos, para abrirnos las puertas del Cielo. Esa es nuestra meta.
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Buena Nueva – Cómo es el camino
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