La censura a la palabra que opina, critica, debate, exige, reclama sus derechos no es algo nuevo y puede disfrazarse de muchas formas. Esto puede suceder en cualquier país del mundo, incluso a través de medidas constitucionales. Si revisamos los procedimientos aplicados en Venezuela y hasta en naciones desarrolladas que se dicen son la cuna de la libertad, lo veremos. Allí no se puede hablar más de la cuenta, Ud. puede terminar en la cárcel fácilmente. Y la palabra de Dios por supuesto, no escapa a este peligro. De hecho ya sucedió en el pasado. Y con seguridad volverá a suceder. Así está profetizado. “Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos”2Tim.3:12.
Durante la bien llamada Edad Oscura o Edad Media, cuenta el monje Martín Lutero, que estando en su monasterio meditando 24 horas al día sobre el perdón de Dios que necesitaba su alma, pero no lo conseguía. Intentaba todo afligimiento del cuerpo, como lo enseñaba erróneamente la iglesia a la cual pertenecía. Ayuno, rezos, auto flagelación, pero nada de alcanzar la paz y el perdón de sus pecados. Hacía penitencia y todo lo que sus superiores eclesiásticos le decían y de ninguna manera lograba lo que tanto anhelaba.
Pero un día, husmeando por el sótano del monasterio o claustro donde se encontraba, pudo descubrir, encadenada al pie de un muro, un ejemplar de gran tamaño de LA SAGRADA BIBLIA. Para ese entonces, el régimen político – religioso, prohibía leer La Palabra de Dios so pena de ir al cadalso, la hoguera o sufrir una muerte horrible por hereje. Sin embargo, el monje comenzó a leerla a escondidas, con una vela y muy en secreto, por lo cual conoció la extraordinaria verdad de DIOS. «El justo vivirá por la fe”Rom.1:17. Como una explosión de luz, su mente se abrió por la fuerza y el poder del Espíritu de Dios y comenzó a estudiarla, meditarla y difundirla. Pudo saber el maravilloso plan de redención de Dios con la muerte de su hijo Jesucristo en la cruz del calvario y se produjo el milagro de La Reforma Protestante.
La PALABRA entonces, como el Águila de los Alpes, comenzó a subir y a subir, venciendo todos los obstáculos que el régimen establecía. Luego, pobres, ricos, esclavos, reyes, monarcas, prelados y altísimas autoridades eclesiásticas vieron la luz del Evangelio y nunca, mas nunca, y por la eternidad pudieron ni podrán, encadenar más la Palabra de Dios. Lo dice el Altísimo. «La hierba se seca, la flor se cae; pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre»Isa.40:8. Y somos nosotros, los cristianos, quienes tenemos la comisión de seguir con la propagación de la misma. Con una fe a toda prueba.
“Se glorifica a Cristo mediante una vida de fe constante y firme. … Cristo debe ser glorificado mediante la fe viviente y activa de su pueblo. … El pueblo de Dios ha de recorrer el sendero de la abnegación, el camino real trazado por el Redentor.” Elena de White. ¡Hasta el próximo martes Dios mediante!
REFLEXION – La Palabra encadenada
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