Editorial: Sin nada de qué hablar

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Esta última semana no hubo diálogo del Gobierno con la MUD.

Aunque en verdad es poco lo que se espera de esos encuentros a puertas cerradas, una semana perdida revela la escasa voluntad oficial de encontrar vías de entendimiento, pese a la agobiante crisis por la cual atraviesa la nación.

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Siguen siendo nulas las intenciones de rectificar, y no es preciso hacer muchos esfuerzos para verificarlo. La economía muestra síntomas de agotamiento, de colapso, y cuanto se observa en Miraflores es la pretensión de redoblar una “ofensiva” que se reduce a controles, persecución y las corruptelas que suelen aflorar de la discrecionalidad de los funcionarios.

¿Acaso no hay nada de qué hablar en un país incendiado en sus cuatro costados? ¿No era el diálogo el requisito fundamental que nos aseguraría la paz?

La represión, está claro, no aplacará el malestar social, que será sometido a nuevas y duras pruebas, con las alzas que se anuncian en los servicios públicos, también en la gasolina. El racionamiento del agua en Caracas. La escasez de productos de la cesta básica, que incluso la red Mercal registra en sus anaqueles. El escuálido aumento salarial, ya disuelto por una inflación de vértigo. En fin, un cuadro nada halagador, que exige un drástico giro de timón en las políticas económicas y financieras aplicadas hasta ahora. Otros países en nuestra región han dado ese paso, y les ha ido bien. Hablamos, por ejemplo, de Chile, Perú, Colombia. En abril, Chile registró un superávit en su balanza comercial de 949 millones de dólares. En lo que va de año, la variación de la inflación en Colombia es de 1,98%.

No deja de impresionar que en Venezuela los problemas económicos hayan superado a la inseguridad personal entre los temas que más angustian a la población. Otro dato funesto, sin duda, es que el mayor peso de la inflación, cuyas curvas el BCV ya se resiste a revelar, recae sobre el precio de los alimentos. Y, ¿cuál es la respuesta, más allá de la estrategia de mantener a la nación en permanente sobresalto, como ocurre en un campo tan sensible como el de la educación?

Por un lado, los alumnos de escuelas públicas y colegios privados, sometidos a la avanzada adoctrinante, con los nueve textos de la Colección Bicentenario. Un inmenso esfuerzo editorial dirigido a apuntalar el culto a Hugo Chávez y reescribir la Historia, conforme al Primer Plan Socialista de la Nación (2007-2013) Por el otro, las vapuleadas universidades. Desde el 4 de febrero de este mismo año se han anotado 31 ataques violentos a 18 universidades, en 11 estados. No son casos aislados.

Aquí, en Lara, presenciamos en marzo de 2014 el asalto al núcleo de la Unexpo en Carora por parte de los mal llamados “colectivos”, bandas armadas que obran en connivencia con las policías y la GNB. También ese mes las pandillas oficialistas asaltaron al Decanato de Ciencias de la UCLA, núcleo Obelisco, con saldo de cuatro heridos a tiros y nueve vehículos quemados. Y ahora acabamos de asistir, atónitos, al saqueo y posterior incendio de la sede de la Universidad Fermín Toro, núcleo El Ujano, con el agravante de que un jerarca militar, prevalido de su impunidad, se ha atrevido a culpar de semejante salvajada a las autoridades de esa casa de estudios y a los estudiantes, quienes actuaron, según él, bajo los efectos de estimulantes. ¿Es así como se puede construir un país, en orden y progreso? ¿Es éste el diálogo que se impondrá, en definitiva? ¿El de la descalificación, la arbitrariedad, el desprecio, el ultraje?

Esta semana no hubo diálogo Gobierno-MUD. Los señores del poder están muy ocupados en asuntos que consideran más importantes. Pero el lenguaje de la violencia no se detiene, en un fragor que desconcierta. Es la verdadera vocación de un régimen sustentado, más que nunca, en la fuerza.

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