“Nada existe más elevado, más fuerte, más sano y más útil para el porvenir en la vida que el buen recuerdo de la infancia y la casa paterna” (F. Dostoievski)
A mi madre Aminta.
Al verte dormida en tu ataúd pensaba que ya no te vería más, que tú te ibas y yo me quedaba sujeta al suelo. Desde entonces rumio con frecuencia trozos de tiempo pasado en el que tú sigues siendo la luz. Fuiste mujer sabia, cuando llegué a la juventud me dijiste que de las señales del cielo y funcionar de la naturaleza había que aprender, porque eran los mejores maestros de la vida. Me enseñaste a ser yo misma, a aceptar los retos, a creer en Dios y a pensar; aprendí que cada día es una respuesta inescrutable, que todo tiene un tiempo de duración y un final. Hoy sé que en el recorrido que hace el sol unas veces se oscurece la esplendidez del día y otras se abrillantan los torvos horizontes, igual sé que la belleza, el perfume y la esencia es el tiempo alegre y más dichoso en que en el campo y en el alma se producen las más hermosas siembras y sofocantes calores del verano.
Tu humildad, abnegación, amor, sacrificio y generosidad entregados a tus hijos, hizo que te olvidaras de ti, total y absolutamente. Con todo y tus errores jamás podría ser tu juez. Para mí no hubo mujer más grande en amor, entrega y sacrificio que tú.
Cuando estoy frente a la lápida que te cubre, reclamo al cielo pero nada recibo como respuesta en ese camposanto en el que el silencio mora, la brisa entre los árboles zumba y al toque de cada campanada la oración se ensancha como un cáliz abierto lleno de consuelos. Recorro los recuerdos que poco a poco pasan de ser un campo florido a un campo triste, gris; es inevitable: te extraño. Pero la vida sigue, desfilan los paisajes y es inspiración inmensa la floresta. Tu destino fue estar aquí, ser la madre de mis hermanos y mía. Te fuiste en el mes que más canta el ruiseñor, hay más profusión de flores y de efluvios; te fuiste cuando estaban llenos los nidos y el paisaje en plena florescencia, fecha tres, día de la Cruz de Mayo.
A tu lado aprendí a soltar mis sueños, a coleccionar auras, ponientes, brisas y una que otra tempestad, aprendí que en las cosas sencillas está el verdadero sentido de la existencia; ahora entiendo por qué la madre es el navegante que sabe domar las tempestades, el velero que vence las distancias aunque sus remos vayan perdiendo fuerza, velocidad, vitalidad, se oxide su casco y acaben siendo sus velas rasgadas por el rigor de las tempestades y cansancio de los años.
Pido a Dios en este Día de la Madre llegar a ser cuando me vaya una huella inmortal dentro de tu alma…Te digo adiós, te pido la bendición y te digo gracias, fuiste el libro sin engaños en el que Dios escribiera con clarísimas cifras mi tiempo y mi destino.
Felicito a las madres de mi familia: mi hija, mis hermanas, mi cuñada, mi nuera, sobrinas, a las madres de EL IMPULSO, amigas de dentro y fuera de fronteras, a las venezolanas y abuelitas del mundo entero.
