La polarización como signo y lastre que parece dominar la vida del país, marcando así su parálisis e inviabilidad en tanto modelo de convivencia resquebrajado, es uno de los legados de Hugo Chávez. El líder de la “revolución” posicionó la tesis de un interés por los pobres, y manejó códigos lingüísticos, repartió algunos recursos y creó estructuras para atenderlos, pero hizo uso para tal fin del resentimiento y el odio social, trastocado luego en violencia política.
Hoy, el gobierno de Maduro cabalga sobre las olas del franco deterioro del país, sin contenido, sin ideas pero repitiendo una consigna, devenida forma y fondo de su drama: “Chávez vive, la lucha sigue”.
Pero esa polarización, si bien se mantiene dolorosamente intacta en términos políticos, parece empezar a desvanecerse en términos económicos debido la percepción y padecimiento de la gente por la escasez, la inflación, el cierre de empresas, ausencia de garantías para la propiedad e inversión privada, puestos de trabajo y oportunidades, que en la cotidiana realidad, ha generado el rotundo fracaso del modelo económico “revolucionario”.
Agobiado por las consecuencias de la aplicación de políticas y decisiones erradas, en la idea de sustituir, destruyéndolo, el acervo creado por el sector privado y particular de la economía, el gobierno (o en todo caso, una de sus varias voces) habla de diálogo, de acercamiento, pero algo no termina de cuajar, trastabillea, cuando el tejemaneje interno de radicalismo arremete de nuevo, y persigue, y reprime e insulta, y descalifica cualquier expresión de disidencia, venga del sector que sea. Las diferencias también pululan en los predios opositores, y remiten en todo caso, a una cruzada para lograr el cambio político en Venezuela como fin común, pero con matices y variaciones en los métodos y urgencias para lograrlo.
Volvemos, si, a un asunto de principios, de premisas, de valores. Si algo ha quedado claro con el actual gobierno, es su estructural negación a dejar el poder. La palabra “alternabilidad”, ha sido borrada del diccionario del poder rojo. El cambio político en el país está blindado y negado en el dominio de todos los poderes de un Estado convertido en un ente al servicio de una parcialidad política, en una maquinaria para negar e invisibilizar a la mitad o más de la sociedad.
La persecución judicial, institucional, represiva, casi sumarial, junto a la criminalización a toda crítica o expresión disidente y de protesta, apuntan a una actuación que profundiza la deslegitimación moral de quienes gobiernan, aunque la censura, autocensura y copiosa propaganda se encarguen de negarlo.
La parálisis del país es evidente, innegable. El ajedrez del poder sigue su curso. Unas máscaras caen, otras refuerzan sus ligas y envolturas. El futuro se agrieta, en el quiebre de la convivencia. Aunque se empeñen en decir y repetir lo contrario, la “revolución” como modelo político y económico fracasó. Exhibe su agotamiento, desgaste e inviabilidad. Pero nos sigue gobernando como una sombra silente. Insepulta.
@alexeiguerra