Cuando Pompeyo Márquez era apenas un preadolescente y celebraba su cumpleaños número doce, en la Otra Banda de Carora nacía un niño al que le pondrían el nombre de Juan Páez Ávila.
No recuerdo de la reciente biografía de Pompeyo haber leído si la leyenda que fue Santos Yorme ya era un pregonero en las calles de Caracas o en Ciudad Bolívar.
Con el tiempo y el devenir, por esas razones diacrónicas de la vida, el niño que nacía en aquellas tierras de cabras y el adolescente de las márgenes del Orinoco, dos señores hoy, se unirían en la misma barricada de lucha política que los llevó a ser amigos, en la lucha y en la vida misma. Este lunes 28 de abril, si alguien sacó la cuenta, Juan Páez cumple 80 años.
No son pocos. Ahora que me detengo en lo que conozco de su vida, pienso en el escritor más que en el político que fue. Busco en la memoria la fecha en que nos conocimos.
Recuerdo que fue en la antigua casa del Movimiento al Socialismo (MAS) en la carrera 16 entre calles 37 y 38, cerca de la Plaza San Juan de Barquisimeto, en medio del tráfago de una campaña electoral; Juan era candidato a senador, candidatura por la que nadie daba medio, el periodista que es, me invitó a colaborar con una revista que acababa de fundar; Sin Límite la llamó.
Allí publiqué un tímido texto narrativo dedicado a mi padre, que por casualidades también se llamaba Juan, Juan Antonio. Al final Juan ganó la posición de senador por el estado Lara. Todos se quedaron sorprendidos.
Es bueno decir, que como todas las cosas en donde se involucra, Juan Páez asume con compromiso radical su papel. Casa por casa Juan se ganó la voluntad de los larenses.
Por eso ganó. Apartando con suavidad la anécdota política, que quedará escrita en la historia del estado Lara, recuerdo con más claridad, aquella invitación a un estudiante de literatura que mostraba sus textos con la precaución del iniciado frente al hombre que ya había escrito La Otra Banda, su primera novela. Leal y alta la memoria era el título de aquel texto peregrino dedicado a mi padre que le entregué.
Juan Bautista que es el nombre completo de Páez Ávila llega a esta alta edad con una obra. Varias novelas, un libro de cuentos que va creciendo en cada edición, una memoria de su paso por el senado del Congreso Nacional, un par de magníficas biografías noveladas: una sobre el gran poeta caroreño Alí Lameda y la otra sobre dos guitarristas geniales, caroreños también: Alirio Díaz y Rodrigo Riera; además de una amplia biografía sobre Chío Zubillaga, la única conocida del pensador larense.
He tenido el privilegio de ser editor de alguno de sus libros. La primera fue La Otra Banda, reeditada por la Universidad Yacambú; las otras con Maltiempo editores.
Una línea central atraviesa la narrativa de Páez Ávila, siempre han sido las tramas y personajes de la injusticia social, desde el latifundio y sus diversas derivas en la vida rural venezolana, que marcaron el siglo XIX y parte del XX, hasta las narraciones urbanas que nos conducen a ver con detenimiento el fracaso de la guerrilla, y el manejo indescifrable del mundo petrolero; Páez Ávila pertenece a una familia literaria como Miguel Otero Silva; Ramón Díaz Sánchez, Adriano González León, Carlos Noguera, Benito Irady y Gustavo Luis Carrera que tratan el tema petrolero y el de la violencia política en la narrativa venezolana.
Juan siempre cuenta su motivación para ingresar en la política. Estando en La Otra Banda, se entera de que ponen preso al novelista Rómulo Gallegos, en aquel golpe de Estado de 1948, nadie sabe por qué, pero a Juan esto le produjo una conmoción particular.
Creía aquel muchacho de unos 16 años, que poner preso a un escritor era un pecado de lesa humanidad, un acto de injusticia, aún lo es; y que por eso, él decidió actuar en la política. Pensaba aquel adolescente, supongo, que debía salir a defender a Gallegos, a luchar por la libertad del escritor, que reconoce como una de sus influencias decisivas en su carrera, como hoy se lucha por la libertad de presos políticos, pero también por la democracia. Así lo hizo. Así lo sigue haciendo.
En estos avatares el narrador que es hoy, se opuso a la segunda dictadura del siglo XX venezolano, la vuelta a la democracia, si pudiéramos llamarlo así, lo encontró preso en Ciudad Bolívar, junto con Ramón J. Velásquez.
Siempre del lado de la democracia. Adversario a cualquier dictadura.
Hoy, me atrevo a decir que tenemos a un escritor maduro, con la fuerza para armar un cuarteto narrativo (Viendo pasar el siglo, Hombres de Petróleo, Crónica de una utopía, Palabra de mujer [esta última en edición]) de un territorio imaginario como la Carohana que ha creado en sus novelas, todo esto sin dejar una sola semana de opinar sobre la vida nacional en la prensa escrita.
Mientras borroneo esta notas sueltas e insuficientes, imagino a Páez Ávila: cuidadoso en el vestir, siempre impecable, sonriente y generoso, pensando todo alrededor de una mesa, atleta de la conversación, atento con la vida de los amigos, de su familia, como decían antes, enamorado de sus nietos; no diría que un dromómano como fue don Lisandro Alvarado, pero sí un viajero permanente, como si buscara en el mundo lo que falta en este.
(*) El autor es escritor y editor
Político, periodista y escritor Fausto Izcaray
La extensa y variada obra literaria de Páez Ávila se nutre de las tres vertientes de su vida pública: la experiencia política, la formación y la docencia del periodismo que lo llevó ser director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Todas ellas matizadas por sus raíces torrenses, pues nació en San Antonio, zona rural de Carora, la capital del municipio Torres, estado Lara.
Su obra narrativa publicada comienza con la que fue considerada una muestra de literatura con estilo de crónica periodística, ya que narraba hechos que se desarrollaron en los alrededores de La Otra Banda, zona rural cercana a Carora. Fácilmente, los caroreños podíamos reconocer en ella las historias que nos contaron nuestros abuelos sobre conflictos y vivencias de un pasado no muy lejano. En ella se refleja la realidad social, económica y política de la época, cuya base estaba en la producción agropecuaria. Con esta novela Juan Páez Ávila revela la sociedad rural de entonces que se caracterizaba por la lucha para sobrevivir de los pequeños y medianos productores frente a la ambición de los grandes terratenientes, que asociados al poder político de turno, maniobraban para «comprar» en ventajosas condiciones, y a veces apoderarse con triquiñuelas abusivas y pseudolegales de las tierras de los menos poderosos.
Tal como lo denunció insistentemente y con coraje el gran maestro de la juventud torrense y excelente cronista de las injusticias sociales, Don Cecilio Zubillaga Perera.
Don Chío, como se le llamaba comúnmente, es una figura histórica de mucha influencia que supo retratar Juan Páez Ávila en su obra cumbre: Chío Zubillaga: Caroreño Universal, la más completa biografía del personaje, producto de años de laboriosa investigación, premiada con el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, con tres ediciones, la última de las cuales hecha por la Dirección de Cultura de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA).
Sus raíces culturales caroreñas y la influencia de la obra de Don Chío quizás lo motivó a relatar la vida de los dos grandes guitarristas de Carora y de Venezuela, los maestros Alirio Díaz y Rodrigo Riera, en su obra Dos Guitarras de Carora y el Mundo, cuya segunda edición la hizo la misma Dirección de Cultura de la UCLA en 2001-2002.
Dos niños de orígenes muy humildes y su encuentro por Don Chío, hecho que cambiaría sus vidas, para formarse y llegar a ser dos glorias musicales reconocidos mundialmente, Díaz por su impecable ejecución que lo llevó a ganar el reconocimiento como el mejor guitarrista del planeta, y el segundo, Riera, uno de los más talentosos compositores y ejecutor de la guitarra para gloria de Carora, Lara y la nación venezolana.
Su obra novelística es un aporte fundamental para entender la evolución política y social de Venezuela, desde Coroneles de Carohana, en la cual crea la ciudad estado que le servirá para ubicarse en otra dimensión y experimentar con sus personajes que son claramente iguales a quienes protagonizan la dinámica de una nación en la que ha sido común la alianza non sancta entre el poder político, los militares y civiles ambiciosos para montar su entramado de corrupción, abuso del poder y la invasión del narcotráfico que hoy predomina en este saqueado país. Su robusta obra de ficción incluye las novelas Viendo pasar el siglo (2004), Hombres de petróleo (2008) y Viaje a la incertidumbre (2012). También editó una novela dedicada al gran poeta de Carora, Alí Lameda, en Alí El viajero enlutado (2003), quien estuvo preso por siete años en las mazmorras de una de las más terribles dictaduras comunistas, la Corea del Norte del tirano Kim IL Sun.
Juan Páez Ávila es un hombre que cultiva valores como la honestidad, la amistad y la generosidad con los jóvenes escritores, músicos y artistas en general. Es un incansable promotor de la cultura como vía para fortalecer y desarrollar a la juventud de Carora, de Lara y de Venezuela. Su modestia y sencillez esconden un gran corazón que ama a su patria y a su gente. Doy gracias al cielo por haberme dado la oportunidad de contarme entre sus amigos y admiradores. Larga vida a este ilustre venezolano.
Juan Páez Ávila Guillermo Morón
La calle Bolívar comienza en El Trasandino. El nombre de esa parte por donde se entra a la ciudad recibe su bautizo de la Gran Carretera Trasandina construida bajo la mirada del Benemérito General Juan Vicente Gómez, quien puso en paz a la Venezuela díscola del siglo XIX. La calle Bolívar es la de mayor alcurnia, el centro mismo de Sur a Norte y viceversa, entre la Torres y la Lara, nombres también de héroes, los locales.
La calle Bolívar termina, naturalmente, en el Puente Bolívar, debajo del cual las aguas turbias del Río Morere pasan lentas la mayor parte del tiempo, alborotadas algunas veces, ya que el río “se seca cuando quiere”, como lo dejó apuntado Fray Pedro Simón.
Si se pasa el puente en dirección a Coro, que está cerca del mar, la tierra es seca, árida, cardones, tunas, chiriguaritos y cabras que son las “vacas de los pobres” de acuerdo con las rudas y sabias palabras del Maestro sin título llamado Don Chío que es sobrenombre y alcurnia de Cecilio Zubillaga Perera. A ese espacio se le llamaba La Otra Banda, donde se riegan los pueblos que son todos caseríos, desde El Cardenalito, montado en un pequeño cerro, montículo de unas seis casas, y La Tinaja que es una sola casota donde mi tío materno Roberto Montero le dio sabor a los Franco, criadores de chivos y cabras, naturalmente, y cazadores de conejos.
La Candelaria vio nacer al gran Alirio Díaz, cuya guitarra se oyó en Moscú, en Roma, en Madrid y en toda parte y lugar del Universo Mundo. En San Francisco vivió El Chueco Oropeza, quien leía a San Agustín en su chinchorro, y en el original que es el latín, la lengua del Imperio Romano.
En algún lugar de La Otra Banda nació quien escribirá los dos tomos de la Biografía de Don Chío y una novela con las peripecias del brillante, políglota y poeta, Alí Lameda. Se llama Juan Páez Ávila cuyos talentos como escritor (y otras virtudes de la cultura y la inteligencia) se celebra, aplaude y admira en esta página que escribo, regocijadamente, a mis 88 años, 2 meses y 16 días el jueves 24 de abril del 2014 en mi biblioteca.
(*) Historiador, escritor, docente