Escribir le imponía una disciplina casi férrea a quien solía trabajar en la escritura cinco horas y media al día. Ello se traducía en media cuartilla lista, asunto que parece no hacer mella en quienes piensan que eso de escribir se debe a la inspiración. Afirmaba que ésta sólo le llegaba una vez que había armado una historia en la mente: “Yo parto de una imagen al escribir un libro y alrededor exploro el contorno y al final tengo el libro completo. Mentalmente lo resuelvo antes de escribir”. Durante dicha fase, daba la impresión de ”perder el tiempo, de no hacer nada” y una vez pensada, se dedicaba con gran rigor y concentración a escribirla. Se quejaba de quienes le atribuían inventar la realidad pues nunca perdió la cualidad de ser observador de la realidad. Sus fieles lectores sabemos que detrás de cada personaje o acontecimiento narrativo hubo una persona o un hecho real. En fin, que macondianos somos todos.
En el 2002 publicó “Vivir para contarla”, autobiografía cuya primera característica es no parecerlo. Uno siente mientras recorre sus 579 páginas, que aborda su vida como si se tratara de una novela al narrarla con los recursos aplicados en todas sus obras. No en balde supo comprender muy tempranamente que su destino era escribir, y pasarse toda la vida haciendo honor a dicha decisión. También por no permitirse que el escritor matara al periodista ni éste al escritor y por saber “ver” los signos de su tiempo y de los acontecimientos. Por no ocultar en aras de un pudor hipócrita, aspectos de su vida que pueden ser vistos por los conservadores como “malos ejemplos” pero que explican por sí mismos la facilidad de García Márquez para referirse con propiedad, a los dolores, alegrías y profundas melancolías de sus protagonistas, que si bien están inspirados en seres reales, han terminado por adquirir personalidad propia. Confieso que guardo y protejo en mi corazón, al flaco coronel que espera su jubilación por correo. Y que comprendo que ser intelectual en América Latina exige el riesgo del compromiso en un continente que se hace y rehace permanentemente.
El tono oral de sus textos presente en giros coloquiales e hipérboles, hace honor al Caribe, territorio de contornos psíquicos, que le marcó desde niño en el imaginario y el lenguaje que lo nombray escribe. Lo imaginamos ahora en “el otro mundo caribeño”, donde siempre han confluido tiempos y espacios diferentes, en medio del olor de la guayaba, haciendo honor a la amistad, a las mujeres verdaderas o inventadas y a la memoria de seres y acontecimientos a veces tan reales, que requieren siempre de quienes como el Gabo, saben narrarlos como si se tratara de ficción.
Las voces de Penélope – De García Márquez y la memoria
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