En medio de este agitado acontecer venezolano, abro paréntesis para referirme a un acontecimiento trascendente en la vida de la Iglesia Católica. A veces siento que no tengo mente para otra cosa que la tragedia venezolana, pero no, no puede ser así, el mundo continúa su curso y muchas cosas buenas y ejemplares ocurren mientras vivimos nuestros pesares. En el mundo del arte, de la ciencia, del deporte, de la universidad, en fin, en todo el quehacer humano hay momentos prodigiosos que nos pueden pasar desapercibidos si nos dejamos envolver sólo por el sufrimiento que nos produce la tormenta venezolana. También en el mundo de la religión, se dan esos momentos estelares.
El domingo 27 de abril, es decir, este próximo domingo, serán canonizados en la Plaza de San Pedro por el Papa Francisco, dos grandes pontífices de nuestra época: Juan XXIII y Juan Pablo II. Ambos de gratísima memoria. Recuerdo a Juan XXIII. Fue papadesde octubre de 1958 hasta junio de 1963. Corto pontificado, pero suficiente para “rejuvenecer” a la Iglesia.En realidad, la Iglesia siempre es joven. Fue el Papa del Concilio Ecuménico Vaticano II. Aquella magna asamblea eclesial la inauguró el papa Juan el 12 de octubre de 1962 pero no la culminó. Pablo VI, quien le sucedió, la continuó hasta diciembre de 1965. A ese Concilio le debemos la actualización litúrgica de la Misa y de todos los ritos de la Iglesia, incluyendo que hoy podamos oírlos en las respectivas lenguas de cada país. Se aprobaron sendos documentos de gran trascendencia en la Iglesia como la llamada universal a la Santidad y la Constitución dogmática de la Iglesia en el mundo moderno. Juan XXIII escribió varias encíclicas de vital importancia, como la Pacem in terris y la Mater et Magistra. No hay duda que Juan XXIII, simpático, humilde, hijo de campesinos, afable, el “Papa bueno” como lo llamaron, ha sido de los grandes pontífices de la cristiandad. Desde el domingo será San Juan XXIII.
Y qué decir del otro pontífice santo a partir del domingo, nuestro querido y recordado Juan Pablo II. Largo pontificado, 26 años y medio. Recorrió el mundo. Dejó una estela de santidad y sabiduría a lo largo de todo el orbe terráqueo. Incontables encíclicas, audiencias, Misas al aire libre, multitudes que lo aclamaron y quisieron. Nunca he olvidado aquel “Juan Pablo II te quiero todo el mundo”. Mártir después del atentado de 1981. Marcó con un sello indeleble varias generaciones y nos dejó motivos para creer y luchar. Por una gracia especial inesperada de Dios y por la generosa invitación de mis hijos Joel Eduardo y Eryka, mi señora y yo estaremos en la Plaza de San Pedro el domingo y nos uniremos a la oración del Papa Francisco al proclamar estos dos grandes santos. Volveré dentro de dos semanas.
Los altares para dos pontífices
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