(Microréquiem a Gabriel García Márquez)
Solo la magia extrae arquetipos de recuerdos domésticos, virtudes épicas de los excesos, mitologías del espanto. Solo la magia propaga la carcajada en los dolores comunes. No tiene instrucciones, sino impulsos. La magia es una mariposa espontánea (y amarilla).
Gabriel García Márquez, desde la literatura y solo por ella, ha construido una fábula de paso entre el pasado mítico, la memoria y el ahora-siempre. Sus novelas se burlan de la vergüenza histórica, retozan con los orígenes, hacen tradición de la inexistencia. Sus páginas instigan a atravesar, a descubrir. Alivian el duro despertar del hombre mostrándole lo que está más allá de los párpados.
La opción aparentemente inofensiva de la magia no es más que la elección de un discurso capaz de guardar en sí mismo la incomprensión, el asombro y la bondad. De ahí que el logro más grande de su obra no es la prestidigitación, sino la hipnosis. Su Macondo es tan auténtico que deforma los mapas.
Lo mágico en el Gabo es la síntesis de lo inmenso y lo propio. Es el renombrar las cosas, el volver a escribir la historia desde una tribuna de abundancia. Hoy sus páginas se erigen como testimonio y como templo:
Gabriel García Márquez es el triunfo de la magia por encima de la artificialidad.
