Del Guaire al Turbio – En la Rusia bolchevique

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Mientras cae el mango maduro y haya papel, por higiene mental sigo con el pasado. Hablé de mi viaje a Rusia, pero no fui sólo a Moscú, también a Leningrado -hoy otra vez San Petersburgo. Una noche de tren en sorprendente compañía. Los rusos, muy prácticos bajo la dictadura comunista, nos distribuyeron en los compartimentos como les pareció. A mamá y a mí nos tocó uno de cuatro camas -dos de ellas literas- para compartir… ¡con un ingeniero ruso!  Cuarentón, bien vestido, cortés, fino de modales, diría que de clase alta. ¿Hablar de clases en la Rusia soviética? Pues sí, se notaban las diferencias. Conocí en Moscú una colega suya esbelta, trajeada con sencilla elegancia de falda, suéter y un hilo de perlas al cuello. Muy distinta de las esposas de los funcionarios que estaban en todos los cócteles que nos dieron: campesinas gordas, con trajes burdos, cinturón de la misma tela, ¡amarrado con un nudo! No había visto eso en Venezuela desde mi infancia, en las empleadas domésticas de provincia. El ingeniero sugirió que fuéramos nosotras primero al baño en el pasillo a prepararnos para dormir, él lo haría después. Mamá entró en crisis nerviosa:  “¡Tú no te vas a cambiar! ¡Vas dormir vestida! ¡Yo también!” Pero mamá, se me arrugará la falda, por lo menos me quito ésta. “¡No, la falda no!”  Yo voy a dormir en la litera, tú abajo, si el tipo intenta subir… te despertarás. “¿Tú crees que voy a dormir? ¡No voy a dormir nada!” Allá tú, yo estoy muy cansada. Me metí en la cama -sin falda- y me dormí como una bendita. A la mañana siguiente, muy temprano, estábamos los tres en pie, vestidos y sin novedad. El ingeniero me indicó que saliéramos al pasillo y, por la ventana del vagón, me enseñó el paso del spútnik, lucecita muy visible que pasaba velozmente. Los rusos de 1958 estaban muy orgullosos de sus adelantos espaciales. En el museo mostraban la cápsula que llevó al espacio a la perrita Layka.  Aislados como estuvieron de Occidente bajo la dictadura de Stalin, se creían ahora los más adelantados del planeta.  Mostraban como gran invento, por ejemplo, módulos de precomprimidos para edificaciones, pan comido en Venezuela desde unos cuantos años antes. No creían que yo fuera arquitecto y  me interesara en asuntos de construcción, para ellos una hispanoamericana era casi analfabeta, sólo salía a la calle de sombrilla, con un  chaperona y un negrito esclavo atrás.

Salvo las versallescas estaciones del metro -obvio homenaje al proletariado- lo maravilloso en Moscú era el pasado: San Basilio, los palacios del Kremlin, las joyas de la corona. En San Petersburgo, L’ Ermitage, con la mejor colección de arte occidental. Lo contemporáneo, la universidad en las “Montanas” -lomitas- de Lenin”, un monumento neoclásico a la mediocridad arquitectónica. El arte florece en libertad. En cambio, en la Rusia de 1958 sólo florecía el miedo.

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