Según cierto apotegma realengo, el hombre es un animal de costumbres. En la construcción de su cotidianidad, de su micro-realidad, su percepción, sus anhelos y sus miedos, sus gustos y carencias, le van dando sentido a su idea de realidad.
Al trasladar esta premisa al plano colectivo, lo que pierde la idea en su aspecto individual, lo gana en complejidad de lo colectivo, en ese amasijo de interacciones societales que nos definen como país.
Así, en estos 15 años, nos acostumbramos a la idea según la cual el gobierno debe actuar, proveer, defender y hablar en favor de una porción de la población, mientras segrega, desprecia y criminaliza a aquella que la adversa o sencillamente no comparte su visión de país.
Nos acostumbramos a aceptar que la palabra de un hombre, por muy líder, caudillo, redentor que fuese considerado, estaba por encima de la Constitución que él mismo promovió, y que sistemáticamente fue irrespetando y pisoteando.
Nos acostumbramos a pensar que la inseguridad es un mal necesario e imposible de combatir, menos de eliminar, y nos acostumbramos a olvidar la responsabilidad de aquellos llamados a enfrentarla, y que en la práctica la alentaron, potenciado la impunidad.
Nos acostumbramos a votar, pero no a elegir, y a aceptar un ventajismo y abuso de tal magnitud y alcance por parte del gobierno, que niega y blinda hoy la posibilidad de cualquier alternabilidad o cambio político en Venezuela.
Nos acostumbramos a perder nuestros derechos ciudadanos, económicos, políticos, y a refugiarnos en el grito ahogado y resignado de la impotencia de saber inexistente cualquier atisbo institucional o Estado de Derecho.
Nos acostumbramos a perder la libertad, en múltiples formas, dimensiones y maneras, de la mano de una “revolución” que ha saqueado a la nación, enriquecido a una élite cívico-militar y boliburguesa, y que ha destruido buena parte del tejido productivo, económico y moral del país, mientras estatiza las relaciones sociales.
Nos acostumbramos a creer que eran otros los únicos llamados a protestar, a quejarse, a manifestar su rechazo e inconformidad con la pretensión de quienes han venido imponiendo un catecismo de atraso y delirio fanatizado de ideas fracasadas, porque la situación no nos iba a afectar a nosotros.
Nos acostumbramos a callar, a no quejarnos, a vivir mal, a la escasez, a la inflación, a las colas, a no tener acceso a salud, vivienda, educación, servicios básicos, y a creer que 15 años no son suficientes para generarlos y garantizarlos.
Nos acostumbramos a ver el futuro pequeñito, negro y nebuloso, en un vivir que es cada vez más sobrevivir.
Nos acostumbramos a pensar y a creer que esto es una democracia, cuando ya hace rato ha dejado de serlo.
Sin duda, hay buenas costumbres, hay malas costumbres, y para una sociedad, hay costumbres nefastas.
Pero como Ud. quiere “paz” y “normalidad”, no se preocupe. Todo es cuestión de…seguirnos acostumbrando.
@alexeiguerra