Este artículo comencé a escribirlo la semana pasada, pero me sentí incomodo por la conducta pesimista que asumía y por lo que podría contagiar con ella a mi país. Los hombres y mujeres que pensamos en el futuro, no podemos ser indiferentes a la tragedia del presente y menos si está en juego el destino de nuestros hijos, de nuestra familia y de nuestra patria. Es mejor escribirlo, pensé, porque siempre hemos dicho que para un cristiano ser pesimista, es un contrasentido, y ahora que se nos asoma la Semana Santa, es oportuno aclarar que Cristo enfrentó su tragedia, la pasión y la crucifixión, con el coraje de un hombre y la fuerza de Dios y así logró vencer a la muerte, resucitó y subió a los cielos. Nosotros en Venezuela estamos viviendo una tragedia, la misma que vivió Jesús de Nazaret, cargando con coraje nuestra cruz, pero debe ser sin pesimismo, porque Dios nos ha venido diciendo que oremos y confiemos en Él como lo hizo su Hijo.
La desnudez de que fueron objeto estudiantes en la Universidad Central de Venezuela (UCV) por parte de bandas armadas del oficialismo, es una muestra de nuestra juventud convertida en el Cristo de hoy. El cobarde que los intentó humillar, los hizo más hombres, más parecidos al Hijo de Dios, los puso en la palabra del Creador cuando dijo: “Quien se humilla será engrandecido”. Ese hecho fue para nosotros los venezolanos, una prueba más. En el momento no sabíamos si levantaríamos el hacha de la guerra o se continuaba por el camino de la protesta pacifica. El país reaccionó, los partidos políticos fustigaron al gobierno, pero insistieron en que la lucha es pacifica, no se puede caer en la trampa de la violencia y tampoco olvidar que el enemigo del gobierno está en su propia incapacidad para gobernar y que la represión la usan quienes están perdiendo el mando o quienes se esconden detrás de ella para ocultar su incapacidad.
El diccionario Pequeño Larousse define la palabra Tragedia como un acontecimiento funesto y terrible. Obra dramática en la que intervienen personajes ilustres enfrentados o conflictos provocados por las pasiones humanas y cuyo protagonista se ve conducido a un final funesto. La experiencia trágica que vive Venezuela, la han vivido otros países producto del totalitarismo de estado, de dictaduras, donde sus habitantes han sufrido persecución política, cárcel, torturas, violaciones, tratos degradantes, muertes, exilios, y sin contar el hambre y la miseria que les ha tocado vivir. Nosotros en otras épocas también las hemos vivido, pero nunca con tanta carga de odio como la actual. Tenemos oportunidad para rectificar en medio de la tragedia. Los que gobiernan deben entender que el poder es efímero, les dura poco, mientras tanto la admiración o el desprecio de un pueblo lo registra la historia para honra o vergüenza de sus conciudadanos.
Estas tragedias provocadas por las pasiones humanas, son en la práctica guerras no declaradas, donde el delincuente se convierte en autoridad, donde la anarquía se hace dueña del orden y donde la vida no vale nada, porque las victimas pierden sus nombres y se convierten en cifras de números de muertos, heridos y prisioneros sin ningún derecho, incluso el de la vida.
La pasión política que vivimos en Venezuela, nos hizo perder la razón, nos sucumbe a una fosa común, mientras nos rasgamos las vestiduras; unos, por implantar a la fuerza el comunismo, y otros nos las rasgamos por recuperar una democracia que la estamos viendo morir en nuestras propias manos. Es una lucha donde no vemos o no queremos ver el punto de encuentro (la escena para el diálogo) y es allí donde está la tragedia amasando el final funesto. Lo planteado hasta ahora no es diálogo, sino monólogos, conversaciones con el espejo. No hay interés en reconocer al otro. Escuchemos a Dios para evitar más llanto de los inocentes, porque también Él nos dice: “Quien se engrandece será humillado”, Luc.14 (11). Feliz Semana Santa.