En tiempos azarosos como los que vive el país en la actualidad, el hacer periodismo adquiere una dimensión extraordinaria, vital.
Venezuela, literalmente, se desangra en la expresión callejera de una frustración creciente. El saldo de muertes (39), lesionados (600), detenidos (2.149), torturados o sometidos a tratos crueles a causa de las protestas (59 casos debidamente documentados), habría puesto en serios aprietos a cualquier democracia sometida en el mundo al contrapeso de las instituciones y a la sujeción de los tratados y convenciones internacionales.
Hablamos, además, de presos como consecuencia de su forma de pensar, es decir, de quienes son condenados tras juicios sumarios en los tribunales por cuestiones de conciencia, o por razones políticas, horas después de que se los ha expuesto al escarnio, sin derecho a réplica posible, y se procede a dictar, en cadena de radio y televisión, la orden presidencial de arrastrarlos al cadalso. En esa lista están, por supuesto, Iván Simonovis, quien lleva, no olvidemos, nueve años entre rejas pese a su deplorable estado de salud, y Leopoldo López, acusado de instigar a la violencia por una revolución que se dice pacífica pero armada, y dispone de una jauría de encapuchados que acaban de mancillar el campus de la UCV con sus impúdicas y criminales fechorías. No obstante, según la ministra de Comunicación e Información, Delcy Rodríguez, esos angelitos cargados de las más puras intenciones son víctimas de una emboscada mediática que pretende criminalizarlos, a pesar de que, según dice, existen pruebas en el sentido de que “no han participado en ningún hecho violento”. Lo dice, subrayamos, nadie menos que la funcionaria responsable de administrar la información oficial. Se trata, sin lugar a dudas, de un grave e irreparable descaro.
La nación toda ha sido testigo de la violación sistemática de los derechos humanos. De cómo los militares han sido autorizados para salir a aplicar la ley a su entero antojo. Con insultos proferidos desde sus tanquetas, uso desmedido de la fuerza, y allanamientos en forma indiscriminada, libertina. En ese degradado mural debe inscribirse, asimismo, la forma destemplada e irregular como se echó de sus cargos, y encarceló, con celeridad digna de otras causas, a dos alcaldes, Daniel Ceballos y Enzo Scarano, para arrebatarle unos días después su bien ganada curul a la diputada María Corina Machado, con argumentos retorcidos, todo con el automático visto bueno del Tribunal Supremo de Justicia, nido de esta versión criolla de los magistrados del terror. Para colmo, los comités nombrados por la Asamblea Nacional a fin de renovar a los rectores del CNE y a los miembros del TSJ, los presidirá y controlará la bancada del PSUV. Semejante suma de perversiones describe a un país moralmente enfermo, políticamente irrecuperable si ese cáncer se sigue tratando con brebajes de diálogo insincero, y las goticas de valeriana que prescribe el colaboracionismo.
Es la razón por la cual señalamos, al comienzo de esta nota, que vivimos tiempos excepcionales para el periodismo. Así lo hemos entendido en EL IMPULSO. El país, y su historia, la escrita ya, y, sobre todo, la que se escribe ahora a punta de la resistencia y el valor de tantos, especialmente de los estudiantes, aguardan de los medios de comunicación social mucho más que la somera reseña de los acontecimientos. Es preciso, e inaplazable, fijar posición. Procurar la claridad, el entendimiento. Y producir los alertas oportunos, así ese camino esté plagado de riesgos, como en efecto lo está.
La principal y más cara obligación del periodista es la búsqueda de la verdad. “Sin una rigurosa cultura de investigación, de explicación, de contar bien las historias, de presionar al poder, de mantener la independencia, no hay periodismo”, en palabras de David Remnick, director de The New Yorker, entrevistado por El País, de Madrid.
Está a la vista de todos que, en la prosecución de este legado centenario, hemos asumido la supervivencia de este periódico como un proyecto que trasciende, por muchas leguas, el cálculo mercantil. Garantizar la continuidad de EL IMPULSO nos obliga, por encima de todas las cosas, a jugarle limpio a Venezuela, a nuestros lectores, a nuestros trabajadores, a esta herencia de compromiso y dignidad.
Por tanto no hemos faltado jamás a una palabra empeñada. Por eso, además, recibimos con tanto alborozo y humildad la mano tendida, en trances tan angustiosos ante la falta de papel, por la Asociación Colombiana de Editores de Diarios y Medios Informativos (Andiarios). Es lo que nos motivó a proclamar hace apenas unas horas en la Reunión de Medio Año de la SIP, en Barbados, al presentar el Informe de Venezuela 2014, que se trata de un gesto invalorable.
Desde aquí reiteramos nuestro eterno agradecimiento. En estos tiempos de excepción, los demócratas del Continente, y del mundo, estamos obligados a cerrar filas en defensa de las libertades que el poder omnímodo pretende aplastar con sus arbitrariedades y usurpaciones.