Escribo desde Brasilia, la capital de Brasil. La asistencia a la cuarta Conferencia Interamericana de Comunicación, que se realiza aquí, me permitió este viaje gracias a una generosa invitación de la Universidad de Brasilia. La pregunta de rigor apenas se conoce la nacionalidad de quien escribe es ¿qué está pasando en Venezuela? Es una pregunta que flota en el ambiente y no sólo entre académicos brasileños, sino que también entre los ciudadanos de a pie. La prensa local sigue recogiendo los acontecimientos que tienen lugar en Venezuela, así que el tema está presente.
Algunos de los académicos brasileños con los que he conversado comparten mi punto de vista: Brasil podría tener un papel más activo en la crisis venezolana, en consonancia con sus pretensiones de ser considerada una potencia mundial. Incluso algunos asoman que sería Brasil el país que tendría tal peso que el gobierno de Nicolás Maduro no podría descalificar, y por la tradición de su cancillería tener el equipo profesional para una efectiva mediación entre los actores de gobierno y oposición. Esos mismos colegas consideran que esta crisis, vista desde afuera, no muestra salidas claras y por tanto deben construirse con la intervención de un tercero que pueda ser aceptado por las partes.
Me pregunto por qué Brasil ha optado por el silencio en relación a Venezuela. Tengo dos posibles respuestas. La más rápida tiene que ver con los intereses económicos que están en juego. Venezuela tiene una deuda que ronda los 2.000 millones de dólares con empresarios brasileños y hoy en día las grandes obras de infraestructura que están en marcha en Venezuela tienen como ejecutores a empresarios brasileños, los cuales –hay que recordarlo- llegaron al país de la mano del entonces presidente Lula da Silva y que se han mantenido en el tiempo.
Es una característica de la llamada política realista el peso que tienen los intereses económicos en las decisiones diplomáticas. Eso explica porque ante algunas crisis, eso que llamamos la comunidad internacional se orienta hacia un lado u otro. El trasfondo de muchas decisiones en la arena mundial está en el campo de las inversiones e intereses económicos.
Sin embargo, no creo que ese silencio de Brasil ante lo que viene ocurriendo en Venezuela se deba exclusivamente a razones económicas. Me parece son razones de política interna las que en este momento prevalecen en la diplomacia de Brasilia. A mediados del año pasado Brasil también vivió una serie de protestas encabezadas por sectores medios, urbanos y conectados a las redes sociales. No se registró la fuerte represión que tiene lugar en Venezuela, pero no es ese el meollo.
Es difícil pensar que un Estado pueda darle legitimidad a una protesta ciudadana, cuando corre un riesgo similar. La atención global que despertará Brasil este año, con motivo del Mundial de Fútbol, posiblemente sea el escenario de nuevas protestas ciudadanas, pues en el fondo se cuestionan los brasileños de a pie las inmensas inversiones estatales para este campeonato, mientras que la situación económica interna se ha deteriorado o estancado. Las cuentas que puede estar sacando el gobierno de Dilma Rousseff es que darle reconocimiento hoy a esas protestas de calle en Venezuela, puede ser cuchillo para su garganta en el mediano o incluso en el corto plazo.
Así también se orienta la diplomacia, sacando cuentas del impacto interno de las decisiones que se tomen en política exterior. Siendo así las cosas, Brasil se mantendrá al margen de lo que ocurra en Venezuela, al menos en lo inmediato.