“Si es una aberración que la tortura exista en el siglo XXI, es horrendo que cerremos los ojos ante ello». Lapidaria de Abel Pérez Rojas, respetable educador mejicano, que tomó como marco apropiado para este “Sin tregua” referido a las ultrajantes declaraciones sobre el tema de la tortura, atribuidas a la señora Gabriela Ramírez, quien dice ser defensora del Pueblo. Ultrajantes. Un calificativo suficientemente idóneo para expresar la indignación que produjeron sus palabras, las cuales decretaron el sensible fallecimiento de un organismo apolillado que, para ser franco, gracias a su complicidad con el régimen ya expelía un cierto aroma a formol, a polvo de momias. Lástima por él. Habiendo suscitado tantas esperanzas, terminó convertido en sepulcro blanqueado, en improductiva higuera, semejante a la que desató la ira de Nuestro Señor Jesucristo.
En sus declaraciones, la señora Ramírez, con el ánimo de descalificar las denuncias sobre torturas infligidas por los esbirros de Maduro, a numerosos participantes en las jornadas de protesta que han sacudido al país, insinuó que éstas podrían confundirse con otras figuras relacionadas con el “uso abusivo de la fuerza”, por lo que era necesario distinguirlas con precisión. Sin duda que esta argumentación restringe el accionar de las víctimas de tortura, y los convierte en prisioneros de una madeja de leguleyismos insustanciales pues, de ser así, cada vez que los esbirros del régimen utilicen sus cascos de metal para sacarle chispas de la cabeza a cualquier muchacho, o le santigüen la espalda a culatazo limpio, antes de denunciar, el afectado tendrá que graduarse de abogado y analizar concienzudamente los problemas de la tipicidad penal, pues de lo contrario corre el riesgo de traspasar las ridículas y exquisitas exigencias exegéticas de la mentada ¿defensora? y terminar ofendiendo a sus verdugos. ¡Épa, nulla crime sine lege! espeta ella –oronda – a las víctimas.
Además, en sus declaraciones, la señora Ramírez, siempre tratando de quitar a los esbirros del régimen los sambenitos que los delatan como torturadores, afirmó que la tortura tiene un sentido, que es “infligir sufrimiento al afectado, con la finalidad de obtener la confesión”. A esto puede observarse que la tortura, nunca ha tenido ni tendrá sentido, ello sin dejar de observar que esta troglodítica afirmación de la señora Ramírez se remonta a uno de los más oscuros períodos de la humanidad: el de los juicios contra las brujas, en los que la acusada no podía ser declarada convicta et combusta, es decir, apresada y quemada, sin una confesión previa, para cuya obtención, en nombre de Dios, se le sometía a inhumanas torturas. Quizás la señora Ramírez debería leer, con mayor asiduidad, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y no el Martillo de las Brujas. A lo mejor por eso no es defensora del pueblo, sino de sus verdugos, de la tortura, y aunque ella y sus correligionarios insistan en arrastrar al país hacia tiempos en los que, como decía Ortega y Gasset, su corazón dé el menor número de latidos posibles por minuto, lo cierto es que el próximo 26 de junio – como recuerdo siempre a mis alumnos de Derecho Internacional Público en la UFT – vamos a celebrar, llenos de alegría y esperanza, con el mundo entero, el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura, proclamado por la ONU el 12 de diciembre de 1997. ¡Que vivan los estudiantes/jardín de nuestra alegría…/