LECTURA SOMBRAS NADA MÁS

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Tuve dos grandes amigos en mis primeros años de infancia: una Pared y un frondoso Roble bajo cuyas sombras entretenía mis fantasías inventando realidades para jugar. Las piedras, los grillos, las abejas, las hormigas, las mariposas y los pájaros y el cigarrón fueron también mis otros amigos. El cigarrón me atemorizaba con la gravedad amenazante del sonido de sus impertinentes vuelos. Mi indefenso cuerpecito se escapaba por entre las plantas silvestres que silenciosas soportaban mi maltrato, mientras los pájaros ocultos en el follaje volaban despavoridos y prendidos en el aire como adornos en vuelo lo matizaban. Mi niñez en aquel medio tan especial del solar de mi casa conjugaba fantasías con el medio idealizado. A la inculta maleza le decían “monte”, pero yo no alcanzaba a comprender lo malo de esa vegetación.
La Pared divisoria entre dos solares era de adobes desnudos trabados doblemente; ancha y por esto, era una verdadera muralla de más de dos metros de altura. A la mitad, un robusto Roble prisionero, de lado y lado por la pared, se alzaba erguido y altanero descollando su tupido y abundante follaje en la vecindad del cielo. Esa Pared y el frondoso Roble me regalaban sus sombras que el sol nunca pudo disipar con su poderosa lumbre.
Yo compartía esas sombras como otro bichito más con mis amigos los animalitos, los grillos que aserrando el aire producen el sonido, las diligentes hormigas tan pacientes en el caminar, las mariposas que colocan puntos de color en el aire. Y todos los demás animalitos con sus aportes únicos y diversificados. En la sombra de mis amigos la Pared y el Roble, mi desbordante inquietud abría en la vegetación, con mis pasos, estrechos caminitos para complacer mis sueños. Ahora que revivo esos felices momentos de mi infancia, puedo decir, sin desmedro de mi amiga, La Pared, que no hay sombras tan frescas como las sombras de los árboles, de mi Roble.