“La música eran turas, que es un carrizo de ese nombre que se produce en las montañas frías, dos chiquitas como de 20 centímetros y dos grandes de 30 y 40 con tres agujeros y se tocaban soplando por uno de los extremos”; cachos de venado de varios tamaños “cubiertos de cera y se tocaban soplando por el orificio”; dos maracas para el capataz y para otro vecino que él nombraba como su segundo, haciendo ambos de directores.
“Se elegían así mismo, tres cazadores que debían llevar animales de monte colocados en grandes asadores para enseñarlos al público durante los bailes”.
En un trabajo de Walter Dupouy se lee que por una “norma clasificatoria” los instrumentos de la danza de turas son los siguientes:
“Tura Chica Macho, de tres agujeros, Turas Chica Hembra de dos agujeros; Tura Grande Macho de cuatro agujeros, Tura Grande Hembra de tres agujeros; Cacho Chico elaborado con el cráneo de venado de caramera (odocoikus sp.) para acompañamiento de las Turas Grandes, con Maracas”.
Reunidos los celebrantes, el Mayordomo se dirigía a ellos en estos términos:
“¡Mis hermanos!
“Se va a dar comienzo a la tura de Dios. Orden, devoción y respeto les pido”.
Se empezaba entonces “con el son de embariquizar que consistía en una música monótona ejecutada tan devotamente que sólo se oía más o menos así: turí-turí-turí-riunnn”, mientras los ayudantes de embariquizar o pintar al Mayordomo “con multitud de puntitos en la cara de una tinta de color de almagre, que fabricaban del árbol llamado bariqui,” luego se pintaba a los demás en la frente con una cruz que también se le ponía a los objetos.
Terminado este ritual, los ayudantes llamaban: “¡a comer los manos! y seguidamente brindaban al público con carato en totumas por no estar permitidas otras bebidas; este brindis se dosificaba pues en mucha cantidad causaba embriaguez”.
Luego se coronaba al Mayordomo con “una corona de vainas de frijoles y rudas (Ruta graveolens L.)”, se le colocaban en los hombros “persogos de maíz y marusas de jatas”, carga pesada para la cual se le asignaban unas doncellas que lo ayudaban a soportarla y así lo conducían al patio donde “lo esperaba la multitud entre dos filas opuestas y en el centro los músicos, quienes iniciaban el primer son, que era especial, dando vueltas alrededor del Mayordomo y las doncellas, hasta que por una señal del capataz, se empezaba el baile, confundiéndose la multitud en un abrazo general, formando rueda y bailando al compás de esta música, juu-ju; juo-ju; juo-juo, con tres pasos adelante y los mismos hacia atrás, oyéndose desde larga distancia el zapateo: tras, tras y tras, tras, tras”.
Daban dos o más vueltas y los hombres gritaban y las mujeres reían “con esas risas escandalosas que las indias saben expresar con gracia, hasta sin ganas”, lo que era señal de que la rueda debía devolverse y continuar girando “hasta que el Mayordomo se cansaba”.
De caseríos vecinos podían venir otros Mayordomos “acompañados de sus músicos y personal directivo”, en cuyo caso había “una ceremonia que llamaban topar, formándose en el patio una fila de los que llegaban, y otra que los recibían” principiando esta ceremonia con un son en el cual “los cuatro maraqueros se situaban en cada esquina y acercándose en forma de trique (se estrechaban las manos y) al compás de la música, se daban con el instrumento golpecitos en el pecho y otro como para accionar, hasta que se encontraban en el centro, donde daban vueltas y continuaban hacia el lado opuesto, haciéndolo por tres veces, y entonces los músicos formaban círculos y al dar una vuelta éstos, los Mayordomos se abrazaban y era la señal de que el baile debía empezar, uniéndose ambas filas con abrazos y se continuaba en la forma que ya hemos descrito. La misma ceremonia se hacía con los cazadores, pero no asistía el Mayordomo”. (Continúa…)
Caminito que un día – La tura de los ayamanes (II)
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