Es increíble todo el arsenal de malas noticias que, por obra y gracia del Gobierno, se acumulan en apenas una semana. Tanto así, que cuesta abarcar en esta nota, forzosamente breve, el registro de cada barbaridad oficial, y describir, al menos superficialmente, sus posibles secuelas.
Es llegada la hora, entonces, de llamar las cosas por su nombre. En Venezuela la democracia, desfigurada, apuñaleada con alevosía, ya ni siquiera en la nocturnidad sino, sin disimulo, a plena luz del día, ha recibido el golpe de gracia. No se puede hablar con propiedad de quebrantamiento del Estado de Derecho, porque es imposible violentar algo que no existe. Aquí la ley la escribe y reescribe, con repugnantes borrones, la ambición de una insaciable camarilla cebada en los lucrativos privilegios del poder. Sin el anuncio formal de suspensión, en una patria crispada, arrasada, las garantías constitucionales son una sangrienta ficción. La libertad es atacada con tanquetas, perdigones, gases tóxicos, prisión, torturas, abusos infames. El debate se da con el brutal monólogo de los fusiles; con el terror que, mediante deshonra del uniforme y los juramentos, no duda en ultrajar los hogares, en quebrar huesos y los rebeldes sueños de estudiantes. Todo con el despliegue de una saña ajena al sentir venezolano. El delito de lesa humanidad se vuelve hamponil rutina, es vulgar enseña, en esta desgraciada hora que no debemos permitir se alargue, so pena de renunciar a toda dignidad. Pero, ¿puede extrañarnos semejante conducta, acaso? ¿No ha gritado varias veces quien finge gobernar, que le importa un bledo ser considerado un dictador?
La decisión de romper relaciones con Panamá, por el simple hecho de que la representación del istmo propuso debatir la situación venezolana en un escenario tan poco dado a sorpresas (Insulza verbigracia), como el de la OEA, refleja el incurable grado de intolerancia de quienes alargan hasta esa especie de club de gobiernos, la misma censura que ha sido impuesta aquí, no sólo a los medios de comunicación social, sino también a la protesta pacífica en la calle. Cabe la pregunta: ¿Qué tan efectivo y lícito, es acallar el malestar con el fuego de la represión? Porque algo está bien claro: Si los pobres de este país estuviesen ganados por la idea de salir a defender “su” revolución, rodilla en tierra, ¿por qué el régimen ha tenido necesidad de lanzar a las calles a grupos paramilitares, delincuenciales, con el encargo de apagar no “candelitas”, sino un incendio que se propaga, con lenguaradas de frustración, rabia y desespero? Una brasa atizada, que pudiera provocar, cualquier día de estos, una dolorosa explosión social. ¿Podrían condenar eso quienes acaban de celebrar el Caracazo?
Al margen de ese pavoroso cuadro, la prensa arrastra su cruz. Durante esta negra semana cerró en Caracas el diario gratuito Primera Hora. Les seguirán las revistas Eme y Todo en Domingo, de El Nacional. El miércoles se produjo la agresión a los reporteros de La Prensa de Lara, El Informador y EL IMPULSO. Los golpearon, les arrebataron sus cámaras, en medio de insultos revestidos de la más insolente impunidad. Una página más en este historial de agravios, que hemos decidido denunciar, sin medias tintas. Es lo que explica que nos apresuremos a publicar este Editorial hoy, aun cuando la costumbre es que aparezca los lunes, como parte de nuestra intención de informar a los lectores, cuya lealtad no nos cansamos de agradecer, acerca de los esfuerzos titánicos e insomnes que seguimos haciendo, con el propósito de no interrumpir la circulación de este diario.
Sin duda, a muchos extrañará que la presente edición de EL IMPULSO sea en papel especial, tipo revista. Un papel, por tanto, más costoso. Pero, “es lo que hay”. Es el papel que, a duras penas, hemos conseguido, en un mercado precario, incierto. El Gobierno persiste en su obstinada negativa a facilitar una salida a la falta de insumos de los periódicos. No salda su gruesa e insostenible deuda con los proveedores, piedra de tranca para toda posibilidad de importación. El colmo es que, fiel a su tradición monopólica, pretenden centralizar el negocio, por medio de entes adscritos a algún ministerio.
El desastre estaba asegurado. A través de ese mecanismo fue importado un primer lote de papel, pagado de contado al fabricante en el exterior. Y las bobinas que se trajo se ajustan a rotativas viejas, con un ancho de banda distinto al que aceptan las de muchos periódicos, como es el caso de EL IMPULSO. Quisimos colocar un pedido con nuestros requerimientos básicos y se nos participó que ya estaba cerrada la siguiente orden. Nos obligan a esperar ocho largas y angustiosas semanas, para el siguiente despacho. Con esas expectativas, dejamos colocada la orden. Veremos con qué nos salen ahora.
A estas alturas, creemos con firmeza que la discriminación que sufrimos es fruto de la política oficial. La estrategia utilizada por el Gobierno para silenciarnos, es una decisión tomada. Quiso la Providencia que nos toque reflejar la tragedia de estos negros días, con un papel más blanco del habitual. Lo tomamos, místicamente, como un buen presagio. Estas páginas recogen lo que deben ser los primeros atisbos, en el horizonte, de un amanecer más claro.