Si el gobierno no comprende las raíces del descontento, puede que salga o no de este episodio de la crisis, pero le será difícil y, ciertamente, esta volverá a presentarse con peores características cuando la situación económica agrave. Porque la incomprensión oficial le impediría tomar medidas que permitan mejorar las cosas en ese frente, y porque la crisis se alimenta de motivaciones que escapan al libreto gubernamental, presuntamente importado de una isla sin libertad y sin tradición democrática, un ecosistema muy distinto al nuestro, lo cual puede desorientar a sus experimentados analistas.
Los estudiantes convocaron la marcha del 12 de febrero, como los trabajadores de la prensa lo habían hecho con la del 11, parece que hiciera un siglo de ambas, y la Unidad anunció acompañaría. Después los estudiantes han convocado algunas y la Unidad otras. Todas diurnas y pacíficas. Las iniciativas se han multiplicado en Caracas y en muchas ciudades del país, con la espontaneidad a la que ayudan el clima socio-político y las redes sociales. Algunas protestas, ajenas a la promoción de los dirigentes estudiantiles o de la Unidad, han tomado caminos que fácilmente degeneran en violencia.
Pero el descontento es real y se equivoca el gobierno cuando asume que las protestas solo son provocadas por una organización o porque forman parte de la expresión que ya acuñaron y repitió la señora Kirchner, del “golpe lento”. En un país sin un descontento arraigado no se prolongan protestas por tanto tiempo, varias semanas ininterrumpidas a la que no ha podido ponerle corta fuego ni siquiera este Carnaval ampliado por decisión gubernamental.
En los jóvenes, la causa profunda del descontento y su expresión en protestas, es ver cómo se les han ido cerrando las oportunidades. Un joven venezolano hoy tiene motivos para ver su futuro oscurecido. Los problemas de la universidad pública son grandes y se amontonan. Pero una vez egresado, su panorama no es prometedor. Además siente la situación económica de su casa, de su familia. Las detenciones masivas y la represión brutal son irritantes e inflamantes, pero la infección es la otra.
Una mirada más ancha que el universo estudiantil nos permitirá apreciar que el gobierno ha optado consistentemente por ignorar a la mitad de los venezolanos y dirigir su discurso a “su” mitad, principalmente descalificando a los otros y procurando presentarlos como enemigos. El gobierno no gobierna para todo el país. El resentimiento acumulado es muy grande. Restablecer las condiciones de convivencia pide señales muy claras y reiteradas en una dirección diferente al discurso de estos años, pero dar consistencia y permanencia a un clima de sentido nacional, con todo y diferencias, va a necesitar bastante más. Hablo de reglas e instituciones que puedan ser confiables para todos, de modo que la función ordenadora del poder pueda cumplirse.
¿En qué se traduce eso?
Una legalidad que no sea arma de guerra sino espacio de paz, y una legislación que genere seguridad en vez de incertidumbre. Gobernantes que actúen y hablen pensando en todos. Tribunales y Ministerio Público respetables y confiables. No de oposición ni de gobierno, que tengan la independencia que la Constitución les ordena y que como tales se comporten. Lo mismo puede decirse del CNE, porque aquí los mecanismos de resolución de conflictos políticos pasan por el voto, tarde o temprano.
El primer paso de todo es asumir que el descontento es real y legítimo.
Descontento real
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