A medida que el esperpento que una vez se disfrazó de «revolución bonita» se arranca la careta en cobarde orgía de sangre y represión crece el caudal de venezolanos a quienes sencillamente no les da la gana una dictadura igualita a la cubana.
Venezuela lleva 15 interminables años inmersa en el incesante cotorreo de una fulana «revolución socialista» que no fue sino compendio de todos los males – corregidos y aumentados – de todos los tiempos.
Un continuo diluvio de mitos, mentiras y medias verdades quiso deformar la realidad y la historia de una gente solidaria y optimista, llena de aspiraciones positivas, con dos siglos de persistente tránsito hacia la libertad individual y la superación personal.
El terrible «proceso» fue una especie de lavativa o purgante, que afloró toda la carga de complejos, resentimientos, frustraciones y leyendas de esas fracasadas minorías que en cualquier nación existen.
Tras una costosa, destructiva y dolorosa curva de aprendizaje ahora surge y asume protagonismo el verdadero país del futuro. Una sociedad representada ya por 50% – y más – de gente que lleva tres lustros resistiendo sin capitular ante la imposición de una farsa comunista en este suelo.
Si en todo este tiempo – con cacique y bonanza – una mayoría pensante y valiente no abandonó su tenaz resistencia al comunismo, menos va a hacerlo hoy frente a una sórdida mafia que corre aceleradamente hacia su ruina total.
Como siempre en la historia es lo más valioso de la sociedad venezolana – encabezada por sus estudiantes – la que toma la iniciativa para devolver al país a la senda de la democracia, la libertad individual, y el estímulo a las sanas aspiraciones personales que – de conjunto – forman una sociedad civilizada y decente.
A medida que se derrite el ingenuo apoyo popular al espejismo creado por un puñado de mentes enfermas y mediocres, simultáneamente se desnuda en toda su falsedad el opio de un «socialismo» dispendioso y enfermizo que corroe la iniciativa y el desarrollo – y que comenzó mucho antes del debut del occiso en la escena nacional.
Atrás también va quedando la muletilla de ese «anti-imperialismo» primitivo que se esgrime para enmascarar fallas propias, así como el cuento de la «hermandad» regional, y la quimera de «revolución» como vía de lograr las legítimas aspiraciones colectivas.
Venezuela hoy va quedando vacunada contra el onanismo ideológico del pasado y en plena marcha hacia una sociedad moderna que caminará – con pragmático realismo – hacia un justo y equilibrado desarrollo. Viene la evolución bonita.