Tiempos duros y difíciles se viven en Venezuela, otrora el símbolo de la democracia en América Latina donde hoy un gobierno autocrático, ayudado por la dictadura cubana, pretende conculcar todo signo de libertad.
Días en los cuales la gente, con pleno derecho, le exige al gobierno nacional la aplicación de políticas orientadas al bienestar más que decisiones arbitrarias que sumergen al país en la escasez alimentaria, creciente inseguridad personal, corrupción desbordada y severas restricciones a las libertades ciudadanas, como el derecho a la información.
El régimen de Nicolás Maduro, por su parte, desprecia las urgentes demandas de la población y arrecia contra quienes protestan, agrediendo a los jóvenes y a la gente de abajo, de los barrios, de a pie, mediante acciones violentas ejecutadas por algunos efectivos de la Guardia Nacional y grupos paramilitares, denominados Colectivos.
Los venezolanos, sin embargo, lo confrontan con reciedumbre. Salen a las calles a protestar en reiteradas y grandiosas caminatas y concentraciones, mientras que espontáneamente colocan barricadas en las calles como expresión de la rabia contra el gobierno de Maduro.
Por ejemplo, he visto una y otra vez en Maracaibo como en el amplio sector de La Limpia, donde habita gente humilde, las personas de todos los niveles sacan sus cacerolas para hacer ruido contra el gobierno nacional y trancan las vías con basuras y palos. Igual sucede en las diversas poblaciones del país donde la gente sale sin miedo a las vías públicas, a dar la cara.
Se estremece Venezuela por los cuatro costados mientras que en el escenario internacional Maduro y su gobierno reciben una constante lluvia de críticas de organizaciones de derechos humanos, políticos, gobernantes, deportistas, artistas, figuras de renombre mundial y de quienes nunca nadie hubiera imaginado que la terrible situación nuestra, de los venezolanos, sería también su gran preocupación.
Se los agradecemos en el alma y nunca tendremos como devolverles este enorme apoyo que hoy nos dan y el cual verdaderamente surte su efecto, como son las 2 cartas del canta-autor Rubén Blades que tocan el sector de la militancia oficialista; y los millones de tuits que sacuden las redes sociales.
Maduro prohíbe protestas públicas y los venezolanos salen a tomar las calles, tal como hicieron los tunecinos, egipcios y más, recientemente, los ucranianos.
Maduro permite que los grupos paramilitares disparen contra las concentraciones y la gente, valientemente, les da la cara.
Maduro pide cacao al gobierno de Barack Obama (Estados Unidos de América) anunciando la reanudación de las relaciones diplomáticas y éste no cae en esa trampa caza-bobo.
Maduro decreta el reinicio de las clases en las universidades y las instituciones deciden mantener la paralización de actividades. Desesperadamente, Maduro decreta días feriados y la realización obligada del Carnaval y la gente está haciendo caso omiso a esa estrategia que sólo busca disminuir la gran presión sobre su gobierno.
Pareciera que Nicolás Maduro se encuentra en la misma situación de Randle Patrick McMurphy, aquel personaje interpretado por Jack Nicholson en la película Atrapado y Sin Salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest), en virtud de que los ciudadanos perdieron el miedo y están confrontándolo con acciones y argumentos democráticos. En Venezuela y en el exterior, a la vez; y por vez primera desde que Chávez tomó el poder en 1998 para, desde entonces, intentar perpetuar un régimen similar al modelo dictatorial cubano.
@exequiades