Planteamientos – Diálogo y violencia política

La tesis política según la cual todo Estado dispone de un aparato administrativo- represivo e ideológico para tratar de garantizar la permanencia en el poder de quienes acceden a este por la vía electoral o “de facto”, tiene vigencia. La violencia política es consustancial a ella. Pero un país, no debería vivir en medio del terrorismo que ello significa. Bastaría voltear la mirada a lo que ocurre en el mundo árabe o en Europa. Los esfuerzos por una política de diálogo como base para la paz, pese al ideal que representa, no siempre cristalizan. Allí están Irán y Siria, pero Ucrania está en la mentalidad de algunos venezolanos.
En materia de violencia política, las imputaciones por vía de declaraciones de los más altos funcionarios públicos, comenzando por el propio presidente, contra dirigentes de la oposición, no han pasado de la retórica. Por lo tanto, forman parte de la violencia simbólica asociada al lenguaje con el cual se trata de identificar el poder que se ostenta, pero que no se ejerce. Este tipo de violencia, regularmente
es utilizado como un medio para la confrontación entre grupos y, aun cuando pueda tener implicaciones ideológicas en un primer momento, no cabe duda que también se torna en violencia física. En esa misma medida, pasa a integrarse a la cultura política.
El liderazgo oficial y el de la oposición, con el concurso de los productores de violencia simbólica, acentuó la polarización y la confrontación entre los defensores
del proyecto hegemónico tradicional y del proyecto nacional revolucionario, abonando el escenario para la violencia física. Los capítulos de la historia que se escribe en la última década, están lejos de cerrarse. La posibilidad de diálogo en las coyunturas de crisis políticas, en medio de la alta conflictividad vivida por los venezolanos, no ha ido más allá de invocaciones y juramentos.
La violencia política que hoy se ejerce desde el Estado venezolano, guardando las distancias, retrospectivamente, es similar a la que se llevó a cabo en la IV, III, II y I República. Vale recordar, en la gesta independentista, el “Decreto de Guerra Muerte”, promulgado por El Libertador Simón Bolívar.
Quienes, desde una política partidista promovieron la guerrilla urbana y la subversión contra el gobierno de Betancourt, inspirados en la Revolución Cubana, impulsaron la consigna “Rómulo Renuncia” y conocieron la represión en todas sus formas. Extensiva hasta el gobierno de Leoni. Con la pacificación del Gobierno de Caldera, abandonaron la violencia física y aceptaron las reglas de la Constitución Nacional y del juego institucional.
Con el paso del tiempo, se evidencia que no hay institución, ni aquella que encarna la organización del poder político en la sociedad que pueda considerarse neutral, ni por encima de las clases o estamentos que la integran. Lo histórico- concreto, en el país, por ejemplo, es que así como ayer, con su ejército y su policía, sirvió para la defensa de los intereses de quienes en nombre del “bien común” y de la mayoría del pueblo, defendían el proyecto neoliberal; hoy, sirve para la defensa del proyecto revolucionario. No se trata de justificar la violencia, pero sí de reivindicar con mayor fuerza la política del diálogo y de la concertación.
El pasado martes 18, en Caracas, se concentraron la marcha del gobierno y la de la oposición. Los militantes se cruzaron en el camino, unos a la Plaza Venezuela y otros a la Plaza Brion. Afortunadamente sin mayores consecuencias, en contra de los pronósticos de muchos. Tal vez pesó el recuerdo de los muertos.
En Barquisimeto, la violencia política nuevamente cobró enfrentamientos y varios heridos, además del caos urbano en algunos sectores de la ciudad. La quema de cinco vehículos en el estacionamiento del edificio de la Cantv, llama la atención.
Según parece, allí hay un depósito de 15.000 litros de diesel que mueven la planta generadora de energía. Aterra pensar en la magnitud de lo que pudo haber ocurrido. ¡Que la violencia política no le gane la batalla al diálogo¡