La calle es hoy el reflejo de varias realidades. La polarización, la cosecha de esa semilla de resentimiento que Chávez sembró, luce hoy con un tallo rozagante cuyas raíces se hunden en el alma de la sociedad venezolana.
La calle se enciende con protestas estudiantiles, en muchas ciudades de toda Venezuela, pero las pantallas de la televisión muestran una realidad muy distinta, distante. Otro país. Podemos debatir sobre la organicidad, conducción, efervescencia, profundidad política o semiológica de estas manifestaciones estudiantiles. Pero lo que resulta inaceptable es el tratamiento criminal y terrorista, que a ellas les ha dado un gobierno, devenido hoy en macro-reducto de grupos de poder económico, político y militar, para quien la mitad del país que se atreve a protestar, por la razón que sea, debe desaparecer, callarse, o escindirse del territorio nacional, si acaso ello fuese posible.
No es sincero el llamado a diálogo del gobierno. Como tampoco pueden ser sinceros los supuestos planes contra la inseguridad, cuando desde su seno se financia, alienta y coordina a grupos delincuenciales eufemísticamente denominados “Colectivos”, que a punta de pistola y en impunidad motorizada, amedrentan con tiros a quienes se atreven a reclamar seguridad, abastecimiento, aseo, agua, o un gramo de decencia en la conducción de la Hacienda Pública. Todo un atrevimiento.
Mientras el país avanza a una de sus peores crisis económicas, mientras se consolida la ruptura del Estado de Derecho para hacer realidad el sueño comunista de abolir la propiedad privada en términos fácticos, mientras la escasez escala niveles históricos evidenciados en colas en todos los sitios y por cualquier cosa, mientras el desangre de la corrupción goza de buena salud gracias a la impunidad y secuestro de todos los Poderes Públicos, mientras la revolución ha logrado el milagro de convertir al país en un gran “mercado negro”, en el cual todo tiene un precio, todo es negociable, mientras el país se anarquiza y la convivencia se ahoga en la barbarie de la irracionalidad, mientras seguimos perdiendo la guerra contra la delincuencia, el gobierno dice que todo está bien, y que quien se queja es un agente del imperio, o perteneciente a una oposición “fascista”.
Pisamos un territorio sombrío, sin futuro, y evidencia de que nuestra crisis no es sólo política o económica, sino profundamente familiar, humana, ética. Cada nueva noticia criminal es enfrentada con una macabra naturalidad y conformismo.
La conflictividad social era previsible, ante la agudización de la escasez de comida, artículos de todo tipo, repuestos, medicinas, y la imposición de un neototalitarismo comunista que aspira suprimir cualquier disidencia. La Política ha quedado estacionada en estos momentos en el hombrillo del país, así como nuestro contrato social y ciudadano. La aniquilación mutua parece ser nuestra únicaforma de encuentro.
Después de tanta cotidianidad sometida, después de 15 años de una “revolución” que vive el presente, anclada en el pasado y resquebrajando el futuro, solo cabe una expresión: Demasiada normalidad.
@alexeiguerra
Capitalismo Lunar – Demasiada normalidad
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